XXII. El noveno castigo

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Tundratown, Mansión de los Big. Viernes, 11 de noviembre, 22:05 h.

Era una noche ridículamente fría en Tundratown, por algún motivo el frío no era lo típico de veintiocho o treinta y cinco grados bajo cero, sino que era aún más bajo. Lo pocos árboles que habían en ese distrito de la ciudad estaban cubiertos por una capa de nieve y escarcha, casi sepultándolos. El viento era feroz, no tenía piedad por nada ni nadie, golpeando las ventanas de las edificaciones y trayendo consigo una nieve que evitaba la visibilidad hacia afuera.

Porfirio se encontraba haciendo ejercicio en una de las muchas habitaciones de la mansión. Estaba en la caminadora, estirando sus músculos, evitando así que el frío ambiente terminara derribándolo. Mientras estaba en lo suyo, escuchó que golpearon a la puerta.

—Adelante —dijo mientras apagaba la máquina, respirando con fuerza.

La puerta se abrió con suavidad, emitiendo un ligero chirrido, para dejar ver a un fuerte oso polar, éste ingresó a la habitación y se dirigió con cortesía hacia él.

—Señor Porfirio, alguien lo busca —dijo Raymund, con un semblante serio.

Porfirio tomó la toalla que estaba en los manillares de la máquina.

—Te dije que no me dijeras «señor», Raymund —repuso Porfirio, mientras se secaba el sudor—. ¿Quién me está buscando?

—Se identificó como Eurito.

James se detuvo en el acto, lanzó la toalla a su costado y se giró buscando su chaqueta. Tomó su arma y la guardó en la prenda, se dio media vuelta y con un ceño fruncido se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, miró a Raymund y le preguntó:

—¿Quién más sabe que él está aquí?

—Solo usted y yo.

—Espero que así se quede, no puedes decirle a nadie de esto. ¿Entendido?

No hubo respuesta sonora; un asentimiento firme dio a entender a Porfirio que el oso mantendría la boca cerrada.

Salió de la habitación y a un veloz caminar se dirigió a la entrada de la mansión, al abrir la puerta y llegar a la reja del portón, se encontró con un animal, el cual llevaba una túnica y una capucha, evitando que su rostro se viera. Se acercó hacia él y comenzaron a hablar por lo bajo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el zorro, amablemente, pero con el tono de alguien que estaba por iniciar una pelea.

—Solo vengo a traerte esto —respondió el animal, estirando su pata, en la cual tenía unos expedientes—. Es poco, pero son las únicas identidades que he podido conseguir.

—¡Vete! —gruñó Porfirio, tomando los sumarios—. Me ha costado mucho infiltrarte como para que te descubran.

El animal asintió, dio media vuelta y se retiró. El fuerte viento ondeaba su túnica y capucha, dándole un aspecto siniestro, el cual, no estaba muy lejos de la realidad, incluyendo además que le venía como anillo al dedo al alías que tenía en la organización en la cual se infiltró.

Una vez Porfirio se aseguró de que el animal ya no estuviera en las cercanías de la mansión ni de nadie que lo lograra identificar, entró a la residencia, mientras ojeaba los nombres en los expedientes. Al verlos arqueó una de sus cejas. «¿Las únicas? ¡Pero si son todas!»

Una vez en la mansión, se dirigió a donde se encontraba Raymund y le pidió que llamara a FruFru, debido a que tenía unos importantes asuntos que hablar con ella. Él asintió y se retiró, rumbo a la habitación de su jefa.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora