XVIII. Identidad

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BunnyBurrows, Restaurante La Zanahoria Dorada. Miércoles, 20 de octubre, 13:56 h.

El ambiente dentro del edificio era de una tensión absoluta, las miradas pasaban de Los Gigantes hacia Los Olímpicos y viceversa. Nick se dio cuenta que entre Gigantes y Olímpicos había una especie de tensión aún más grande que la que existía sólo porque dos grandes organizaciones criminales estuvieran reunidas en un mismo lugar, sino que parecía que se desearan hacer pedazos los unos a los otros. Lo podía comprender de ambos zorros líderes, pero no de los demás

Además, ningún bando actuaba. La bazuca que sostenía el elefante con una tranquilidad pasmosa influía en ello; si una bala la rozase, sería el fin de todos los que estuvieran allí.

El zorro líder de los gigantes volvió la mirada hacía el elefante y la loba marrón.

—Damasén, Encélado —ordenó—, vayan por nuestro método de salida. Esto no durará mucho. —Los mencionados asintieron—. No tengo que decirles que estén atentos, ¿o sí?

—No —respondió la loba, Encélado.

El elefante, Damasén, parecía molesto. Sus ojos perforaban a Ares con una agresividad propia de un depredador.

—Porfirio —dijo—, te la pasaré por esta vez, pero si para la próxima no tengo una oportunidad para matarle, cambiaré mi prioridad. Será a ti a quien aniquile.

—Cálmate, fortachón —sonrió el zorro líder de los gigantes, Porfirio. «Así que ése es su alias.»—. Te prometo que la próxima vez que lo veas lo matarás, ¿vale?

Damasén se mantuvo un tiempo en silencio, para luego bufar con la trompa, sonando como un soplido, y darse media vuelta, echándose al hombro el lanzacohetes. Encélado, por otro lado, se acercó a Porfirio y le murmuró algo al oído, a lo que él asintió, para luego ella retirarse también. Dos palmadas fueron las que el zorro dio, con un tono burlesco y cómico, como si llamara a unos empleados, para que todo su grupo, sin excepción, sacara las armas. Unos llevaban revólveres y otros nueve milímetros, pero ninguno estaba sin arma alguna.

—Hipólito, por favor —pidió Porfirio—, ve a por nuestro boleto de salida. Sólo que no lo maltrates mucho, el pobre conejo está para la basura. ¡Un momento! —añadió, cuando el zorro robusto que se parecía a Gideon comenzó a caminar—, mejor no. No puedo dejar a un hijo sin su padre. —Miró a una osa polar—. Gratión, ¿podrías? —Ella no hizo gesto alguno, sólo caminó hacia el maltratado e inconsciente McLean.

Sin embargo, Ares pareció pensar lo mismo que Nick: ellos no podían darse el lujo de perder al conejo. El tigre, sin poder controlar sus impulsos, disparó en contra de Porfirio. Le dio en el pecho, justo sobre el corazón, y cuando Nick pensó un poco afligido que era el fin del zorro, ésta alzó el arma y devolvió el disparo: lo había salvado un chaleco antibalas. No obstante, dicho acto del tigre abrió la caja de Pandora. Los Gigantes respondieron al fuego inicial y los Olímpicos al secuencial, dando inicio a una batalla campal, donde el sonido de las detonaciones de las balas se entrelazaba a lo de los gritos desesperados de los rehenes en el suelo, que se arrastraban para ponerse a salvo.

Los Olímpicos se refugiaron tras la barra de bebidas del restaurante, mientras que los Gigantes volteaban las mesas, usándolas como barreras.

Nick y Judy, por otro lado, no estaban mejor que los rehenes. Él le tiró de la pata y la abrazó cuando el primer disparo surcó el aire, tumbándola en el suelo con la respuesta de Porfirio y colocándose sobre ella para cuando la lluvia de balas iba y venía. La posición era comprometedora, pero no podían preocuparse por el bochorno si eran sus vidas las que estaban en juego. Ella le pasó los brazos por el cuello y tiró de él, causando que su hocico chocara contra la clavícula de ella.

Siempre estaré para ti (SEPT 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora