Capítulo 17

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Aún después de todo ese tiempo, Millie había recordado la petición de Leo y había elegido el lugar para la segunda cita. Eso volvió loco a Leo. No pudo evitar sonreír como tonto.

«Ella quiere ir a una segunda cita conmigo.» pensó.

Él no sabía que unas simples palabras lo podían afectar tanto. No podía dejar de pensar en todos los momentos que había vivido con ella. Le gustaba. Quería conocer todo de ella. Quería estar a su lado.

Esos pensamientos abundaban dentro de su mente y es que, ante sus ojos, Millie era hermosa. Sus ojos, su cabello, sus labios, su nariz, su personalidad, su fortaleza. Ella era la chica perfecta para él.

A pesar de que al principio sólo sentía curiosidad, ahora era algo más y él se había dado cuenta de ello. Siempre paciente, esperando, sin hacer muchos movimientos para no asustarla. Se preguntaba por cuánto más podría seguir así. Ganas de monopolizar a Millie no le faltaban y eso no era precisamente una buena señal.

Aun así, lo intentaría. Trataría de controlar su deseo de amarla libremente y esperaría. Ella parecía tener algo de lo que no quería hablar. Algo que le impedía seguir adelante.

El día de la cita, Leo tardó más que de costumbre en arreglarse. Estaba algo nervioso. Quizá más que la primera cita. Él había admitido que la quería. Había admitido lo lejos que habían llegado sus sentimientos y eso lo ponía indefenso. Sin embargo, no le molesta estarlo, haberlo admitido lo hacía sentir bien y más animado. Claro que admitirlo para sí mismo no era lo mismo que confesárselo a Millie.

Se preguntó si debía decírselo todo a Millie, decirle lo feliz que era de solo estar a su lado. Entonces recordó que no debía. En esta segunda cita tampoco habría confesión.

Recordó todas las veces que casi se lo había dicho y negó con la cabeza. Debía hacer uso de todas sus facultades para aumentar su autocontrol.

Por alguna razón, terminó vestido muy elegante. Su cabeza no estaba en su lugar. Si, se dio cuenta por fin.

Cuando consiguió bajar de las nubes con formas de corazones, se puso algo más normal y salió.

«Joder... Estoy enloqueciendo y esto aún no empieza...» pensó Leo.

Fue a buscar a Millie a su casa, a esa casa rara y oscura en la que vivía. Con decir oscura no se refería al color. Hacía referencia a que las luces siempre estaban apagadas. Se preguntó más de una vez qué clase de madre tenía Millie. Sabía que no era buena, pero no podía imaginarla.

Todo eso era parte del gran misterio de Millie.

Cualquier pensamiento se disipó en cuanto ella salió de su casa. Llevaba una blusa verde manzana, sin mangas; unos shorts blancos; y unos zapatos con un taco no muy alto, del mismo color de la blusa. Se veía preciosa. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Leo fue su cabello. Lo llevaba en un moño suelto. Ahora el naranja tenía un tono más rosado, como una fusión de ambos colores. Le quedaba genial.

Ella cerró la puerta tras de sí y miró a Leo para ver si reaccionaba. Realmente se había embobado. Le pasaba seguido, solo que podía disimularlo y muy bien.

—¿Vamos? —preguntó Leo ansioso.

Millie asintió y comenzó a caminar hasta quedar por delante de él. Leo miró su figura mientras caminaba. Admiraba todo de ella. Quería ir y abrazarla, pero no. No cedería. Millie era su preciado tesoro, aunque ella no lo sabía.

Ese fue el comienzo de su segunda cita.

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