Capítulo 20: Cementerio

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Llevo media hora afuera de la casa de la amiga de mi hermana y quiero matarla. La maldita no contesta el celular y lo único que quiero es volver a acostarme y dormir para siempre. Decido enviarle un último mensaje amenazándola.

«¡Rosalie Grayson, si no pones tu trasero en mi auto en cinco minutos me iré sola y papá sabrá que saliste!»

No pasan ni dos minutos cuando se abre la puerta del auto, apenas entra se siente el olor a alcohol.

—Última vez que te cubro.

—Tranquila, hermanita. Te quiero tanto.

—Encima estás ebria. Abróchate el cinturón.

Abro todas las ventanas para que mi auto no quede con olor a cantina y conduzco en silencio mientras mi hermana habla sin modular muy bien de algo que no me interesa. Aparco el auto en el patio de mi casa y alcanzo a sacarla del auto antes de que vacíe su estomago en el, le tengo que afirmar el cabello para que no quede más desastroso de lo que está; suerte que estudio enfermería y en mis practicas he visto cosas más asquerosas que un simple vomito, esto no me produce nada más que enojo con mi hermana.

Entro con ella casi arrastrándola y la llevo directo a la cocina donde le preparo un café muy cargado para que se le pase un poco.

—No puedo creer que estés en este estado, Rosie. Si vas a salir ahora, tendrás que ver como te cubres porque no voy a afirmar tu cabello cada vez que vomites por alcohol y menos arriesgarme a que lo hagas en mi auto.

—¿Cuántos años tienes? ¿Ochenta? Ni la abuela se preocupa tanto.

—Bebe luego el café, estoy cansada.

—¿Puedo saber dónde estaban? —nos damos vuelta al mismo tiempo y nos encontramos con mi mamá vestida con su bata de dormir.

—Nosotras... estábamos —comienza a decir mi hermana y la interrumpo antes de que mamá note que está ebria.

—Salimos a dar una vuelta, tomar aire y esas cosas.

—¿El aire embriagó a tu hermana?

—No, fue el alcohol —sí, la estúpida de mi hermana se delata sola.

—Es tercera vez en el mes que llegas así, Rosalie —me sorprendo al escuchar eso y me siento culpable por llevarla—. Esta vez no te cubriré y mañana tendremos una seria conversación con tu padre. Y tú —dice apuntándome—, no la cubras más.

—No lo haré, ya se lo había dicho.

Mi mamá me dice que vuelva a mi habitación luego de ayudarla a acostar a Rosie, solo me da una mirada severa pero sé que no me culpa porque yo no tenía idea de que mi hermana salía mucho, mentía y se emborrachaba quizás desde hace cuanto tiempo.

Sí, yo comencé a escaparme a los catorce pero nunca llegué ebria; como todo adolescente bebía pero no en grandes cantidades, bebía lo suficiente para disfrutar de una fiesta sin terminar en el piso y encima castigada. Supongo que eso se llama autocontrol, o eso creo.

Mientras me acuesto al lado de mi hija, decido que mañana temprano iremos al cementerio; lo vengo posponiendo desde hace varios días y sé que debo hacerlo aunque duela. Además, no quiero estar en casa cuando mis papás despierten y castiguen a mi hermana, menos cuando mamá se de cuenta de que Rosie vomitó sus plantas; aún recuerdo las discusiones que tenían con Adam y no quiero que mi hija tenga que escuchar los gritos.

Despierto a eso de las nueve de la mañana porque unas pequeñas manos juegan o algo hacen con mi cara. Abro los ojos con dificultad y veo a mi pequeña, sonriendo como siempre. Le doy un par de besos por toda la cara y luego me levanto para vestirla, voy con ella a la cocina a calentar su leche, luego volvemos a la habitación, enciendo el televisor y hago una especie de corral con almohadas para que no se caiga de la cama.

—¿Podrás quedarte ahí durante cinco minutos? —le pregunto y ella se ríe como si fuera lo más divertido del mundo—. Supongo que sí.

Preparo el agua y la toalla con la puerta abierta para no quitarle el ojo de encima a no ser que sea totalmente necesario. Cuando está todo listo entro en la ducha, el agua logra relajarme un poco pero no lo suficiente, no hay tiempo para eso; salgo en aproximadamente tres minutos y me seco lo más rápido que puedo, abro la puerta unos centímetros y veo que Cassia está justo donde la dejé, tranquila con su biberón en la boca.

Nunca ha sido inquieta, pero creo que siempre existe ese miedo de que pueda pasar algo malo en esos segundos en que descuidas a tus hijos; la mayoría de los accidentes ocurren así. Me visto en dos tiempos y bajamos nuevamente a la cocina, me como una manzana ya que no tengo mucha hambre. Le dejo una nota a mamá diciéndole que estaremos en el cementerio y luego salimos de la casa.

Pongo la aplicación de los mapas en mi celular ya que nunca he ido sola al cementerio de Valparaíso; por el tráfico se supone que tardaré unos veinte minutos en llegar, tal vez un poco más.

Tomo una bocanada de aire antes de armarme de valor para bajar del auto, saco a Cassia del auto y con ella en mis brazos camino hacia la entrada. Mi madre hace un par de días me había dicho en que parte estaba ubicada la tumba y yo algo recuerdo de las veces que acompañé a Benjamín a dejarle flores a su padre.

Quiero culpar a la brisa por las lágrimas en mis ojos que amenazan con caer pero sé que eso sería mentirme a mi misma, otra vez. Doblo en la última esquina antes de llegar y en el momento en que veo la lapida siento que el aire se me va; intento afirmarme en algo antes de que termine en el suelo junto con mi hija.

Me siento en el pasto al lado de la lapida y dejo a Cassia a un lado, ella pasa uno de sus pequeños dedos por el nombre como si supiera que pertenece a su padre. Debo apretar los parpados con fuerza para espantar las lágrimas.

—Hola, Benja —digo pasando mi mano también por su nombre, mis intentos por no llorar no sirven de nada—. Sé que debería haber venido a verte hace días, pero supongo que entenderás que nada de esto es fácil para mí, ni para nadie —paso mis dedos por mis ojos y estos quedan empapados—. Igual no podía seguir aplazándolo, tenía que traer a nuestra hija aquí; es hermosa, se parece mucho a ti.

Siento unos pasos detrás de mí y cuando me volteo veo que hay una chica mirándome, debe tener mi edad y una enorme panza que me atrevería a decir son ocho meses; parece tener la mirada perdida.

—¿Elizabeth? —pregunta y yo me sorprendo porque jamás la he visto.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Benjamín hablaba mucho de ti.

—¿De mí? ¿Y tú quién eres?

—Kiara, su novia. 

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora