Capítulo 15: Explicaciones

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La mañana siguiente, cuando llego al trabajo veo que en los vidrios de mi oficina temporal hay persianas, nunca pensé que mi papá las mandaría a poner tan pronto pero si me pongo a pensar, él nunca me ha hecho esperar cuando le pido algo. Para mi suerte, Diego aún no ha llegado así que me voy a encerrar antes de que aparezca; si evito saludarlo todo será mejor. Si lo veo, tal vez le arroje la invitación por la cabeza y no queremos eso ¿verdad?

Paso toda la mañana ordenando los papeles, pareciera que estos se multiplican o se desordenan de la noche a la mañana. Gracias a mis persianas cerradas no veo nada de lo que ocurre con los otros trabajadores. Traspaso las cosas más importantes al computador y termino exhausta mi segundo día de trabajo.

Bajo al estacionamiento subterráneo a buscar mi auto, y como no todo puede ser perfecto en esta vida lo veo; noto que tiene un problema con su auto e intento ignorarlo. Me subo a mi auto y lo sigo observando la situación, Diego se toma la cabeza con ambas manos y patea una de las ruedas frustrado.

«No seas blandita, él se las puede arreglar solito»

«Pero no puedo dejarlo así, su auto no sirve»

«Él rompió tu corazón, ahora se le rompió el auto; es totalmente justo. El karma»

—¿Necesitas ayuda? —ignoro mi pelea mental y antes de darme cuenta comienzo a acercarme con el auto hacia donde está— ¿Qué le pasó al auto?

—Un problema con el motor, haces meses que está así y lo vengo ignorando —se encoge de hombros—. Supongo que llegó su hora.

—¿Quieres que te lleve?

—¿De verdad? —me mira sorprendido.

—Sí, súbete antes de que me arrepienta.

Se ríe y se sube, le pido que se ponga el cinturón antes de hacer partir el auto. Conduzco hacia su departamento, ambos en silencio absoluto hasta que recuerdo lo de la invitación y se me es imposible quedarme callada.

—No era necesario —digo y él centra toda su atención en mí—, enviarme una invitación a tu matrimonio. Me pareció haber dejado claro que no gastaran tinta en mí porque no asistiría.

—¿Te invitó? —parece tan sorprendido como yo cuando la recibí.

—¿Me vas a decir que no sabías?

—Te juro que no tenía idea, la verdad ni siquiera sé quién está invitado, no he leído la lista —suelta una risa seca.

—No te veo muy emocionado o preocupado; se supone que es el mejor día de tu vida y no sabes ni siquiera quién irá a celebrarlo contigo.

Touché.

No dice nada más, y no es necesario decir nada más para darme cuenta que di en el blanco. Me estaciono frente a su departamento y el silencio incomodo vuele pero él no se mueve de su asiento, me quedo mirando hacia la nada pensando en qué decir, pero nada se me ocurre.

—Es por mi madre —dice él, rompiendo el silencio incomodo.

—¿Qué?

—La otra vez me preguntaste por qué me casaba, te estoy respondiendo.

—¿Qué tiene que ver tu madre? No parece ser de las personas que obliguen a sus hijos a casarse.

—No lo sabes ¿verdad?

—¿Saber qué?

—En marzo le detectaron cáncer de tiroides, tipo cuatro. Dicen que es el más complicado.

—Diego, yo...

—No puedo seguir decepcionándola, no soy estúpido; sé muy bien que los días los tiene contados.

—No digas eso, tu mamá es fuerte y podrá salir de esta.

—Las probabilidades de que sobreviva son mínimas. Me tengo que casar en febrero, sé que su mayor sueño es que todos sus hijos queden con una familia formada cuando muera, y soy el único que falta.

—¿Crees que ella estaría contenta de ver que te casas solo por eso?

—Yo... necesito verla feliz, a su manera. Necesito que me vea cómo un hombre y no cómo el hijo menor, que esté orgullosa de mí. Necesito que cuando se vaya lo haga tranquila y no pensando que soy un desastre y que no podré vivir sin ella. Aunque sea una mentira.

Unas lágrimas se escapan de sus ojos y no puedo evitar limpiarlas con mis dedos, eso hace que llore con más fuerzas; pareciera que llevara guardándose eso por mucho tiempo.

—Lo siento mucho, Diego —digo con un nudo en la garganta.

—Soy un desastre, Effie. No puedo hacer nada por mi cuenta, no sé cómo mierda seguiré con mi vida si ella ya no está. Lo es todo para mí.

—No te pongas en ese lugar, vive el presente, ella está contigo y debes aprovecharla, estar con ella, hacerla vivir los mejores momentos. Pero si de algo estoy segura es que ella no quiere que, hagas algo de lo que no estás completamente seguro solo porque está enferma. 

Sigue llorando, nunca lo había visto así y me parte el corazón; desde que lo conozco pude ver la relación que tenía con su madre, me atrevería a decir que de todos los hermanos, él era el favorito. De solo pensar lo que sería una vida sin mi mamá, me pone la piel de gallina y el nudo en la garganta se hace más grande.

No sé en que momento lo hice porque pasó muy rápido pero estoy abrazándolo, diciéndole que todo estará bien y soltando una que otra lágrima sin que él me vea.

—No puedo perderla, Lizzie. No puedo —repite una y otra vez mientras acaricio su cabello.

—No la perderás, sabes que ella siempre estará a tu lado pase lo que pase.

—A veces pregunta por ti —dice una vez que regula su respiración, su aliento en mi cuello hace que mis vellos de la nuca se ericen.

—¿Por mí? —me separo, en parte para verlo a los ojos y en parte para que no note lo acelerada que está mi respiración. 

—Sí, siempre te quiso.

La madre de Diego también sabía lo nuestro, igual nos descubrió en medio de un beso en su casa pero a diferencia de mi hermano, ella si nos apoyó. Para ella, el amor lo valía todo y una diferencia de edad no debería importar; aunque claro, nos dio el sermón de que hay que cuidarse, no hacer cosas de grandes, no saltarse etapas, entre otras cosas. Nos cubría para que mis padres no sospecharan nada, siempre tenía la excusa perfecta y era muy amorosa conmigo. Sé que me quería y yo también la quería a ella.

—¿Quieres almorzar conmigo? Te prometo que aprendí a cocinar, ya no quemo las cosas.

—No sé si sea muy buena idea.

—¡Vamos! No muerdo —sonríe aún con los ojos brillosos y me trae muchos recuerdos—, ni te envenenaré. Debo hacer algo, me trajiste hasta aquí y me escuchaste; eso es algo muy importante para mí. 

—No es necesario, no fue nada.

—Te perderás la mejor lasaña que probarás en tu vida.

Sé que debería decir que no, que estoy jugando con fuego al hablar con él, y que por más que quiera ignorarlo, algo revolotea en mi estomago en estos momentos; pero como nunca hago caso a la parte sensata de mi mente, digo:

—Solo me convenciste porque la lasaña es mi favorita.

—Lo recuerdo muy bien. 

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora