Capítulo 45: Orgullo

1K 102 0
                                    

Despierto cuando ya no hay luz del día, por la ventana puedo ver la luna que es lo único que ilumina la habitación. Me quedo observando a Diego en la oscuridad mientras me rodea con sus brazos y sonrío como idiota, deposito un pequeño beso en su pecho y él sonríe.

—Sé que me estás mirando.

—¿Yo? Jamás.

—¿Seguirás negando que te gusto?

—Hasta el final.

Miro mi teléfono y me siento de golpe al darme cuenta de que son las once de la noche y de que tengo un montón de llamadas de mamá y de Rosie. Será mejor que comiencen a planear mi funeral, quiero solo flores blancas.

Diego sigue en la posición que estaba y traza círculos en mi espalda desnuda mientras sigo sentada, causándome escalofríos. Marco rápido el número de mi hermana y cuando me avisa que mamá está entre preocupada y furiosa le digo que voy camino a casa aunque en estos momentos ni siquiera sé dónde está mi ropa interior.

—Debo irme, no creí que me dormiría por tanto rato.

—¿No hay ninguna posibilidad de que te quedes un poco más? —pregunta tirando de mi para que vuelva a acostarme y poniéndose encima de mí.

—Ojalá pudiera, pero ya sabes que tengo una hija a la que no he visto desde la tarde y ya debe estar dormida —le doy un beso rápido—. Además, creo que mamá estará furiosa conmigo. Fui demasiado irresponsable.

—¿Te arrepientes de haber venido?

—Nunca me arrepentiría de eso, gracias por siempre estar dispuesto a escucharme y a subirme el ánimo —lo miro con una sonrisa que intenta ser coqueta logrando que suerte una carcajada. Luego se aparta para dejar que me levante.

Mientras busco mi ropa desparramada por el suelo, él se viste solo con sus calzoncillos negros y se ve tan sexy que podría olvidarme de todo y quedarme con él, pero no puedo hacerlo.

Me va a dejar a la puerta y me besa de nuevo con intensidad. Sé que si seguimos así volveremos a terminar como antes así que con la poca la fuerza de voluntad que tengo me alejo y salgo.

—Adiós —digo mientras camino al ascensor.

—¡Te quiero! —responde y sonrío ya que esto me confirma que no soñé que lo había dicho.

Le lanzo un beso y me subo al ascensor, creo que nadie podría borrar la sonrisa que llevo. Conduzco con rapidez para llegar pronto a casa y a pesar de todo, no me arrepiento de nada, esas dos palabras pronunciadas al final no me las puedo sacar de la cabeza, es lo único que logra hacerme olvidar este día.

***

Al despertar a la mañana siguiente al lado de mi hija mi mamá me está esperando cuando bajo a la cocina. Anoche cuando llegué ya se había ido a dormir por lo que solo fui interrogada por mi hermana, no le conté todo, solo lo del bebé de Benjamín y fue suficiente para que me dejara dormir en paz aunque la verdad no pude pegar un ojo hasta cerca de las cuatro de la mañana. No sé si esta vez echarle la culpa a los antidepresivos o al idiota de ojos color miel que me vuelve tan loca.

—Creo que me merezco una explicación, ¿no? —comienza a decir y me pasa una taza con café—. Sé que ya tienes veinte años pero eso no evita que me preocupe por ti, más aún si no contestas el teléfono.

—Perdón, de verdad, no fue mi intención preocuparte.

Entonces le cuento mi día de ayer, incluyendo que fui al departamento de Diego pero saltándome obviamente la parte en que despierto desnuda a su lado; creo que ese tipo de detalles es mejor guardármelo. Mi mamá me escucha con atención y se ve más sorprendida de que haya ido donde Diego que de estar en el parto de Kiara pero bueno, supongo que siempre supo que mi odio a Diego no era real.

—No sé por qué, pero no pude dejarla sola —explico—, se veía tan indefensa y sola...

—¿Sabes que esto me hace estar muy orgullosa de ti? Podrías haberte ido, ni siquiera ayudarla en el supermercado pero no lo hiciste y eso me confirma que hicimos bien al criarte, que te has convertido en una mujer increíble.

Si supiera que me estoy acostando con un hombre que está a punto de casarse, orgullo es lo menos que sentiría por mí.

—Supongo que el corazón de abuelita o heredé de ti.

Me abraza con fuerza y luego continuamos tomando desayuno tranquilamente, riendo por alguna cosa que hace Cassia hasta que mamá tiene que ir a una de sus reuniones de sábado por la mañana con sus amigas del club de tenis.

Subo al segundo piso y le pongo a mi hija su traje de baño y luego me pongo el mío, un biquini color turquesa que me regaló la abuela por navidad. Por más años que tenga, siempre tendrá buen gusto y sabrá exactamente qué regalarme.

Bajamos a la piscina ya que a pesar de ser las once de la mañana, hace mucho calor. Dejo a Cassia de color blanco por todo el bloqueador solar que le aplico ya que el sol es muy dañino a esta hora y al rato, Rosie se nos une con su novio. Pasamos un rato bastante bueno pero luego decido entrar a la casa cuando siento el sol demasiado fuerte y no quiero que mi pequeña sufra una insolación.

Luego de bañarla y ducharme yo, la dejo viendo televisión recostada en mi cama recién hecha y yo me acomodo en los cojines que hay en el asiento pegado a la ventana a escribirle una carta al idiota de mi ex. Sí, sé que hace nada le escribí pero supongo que esto es importante.

Abrazo mis piernas por un momento para pensar en cómo empezar la carta y por varios minutos no tengo ni idea. Así que comienzo a improvisar.

Es una carta corta, solo un par de palabras pero al menos ayuda para sacarme todo de encima como siempre ocurre, guardo la carta con las otras y la caja en el fondo del armario y luego me recuesto junto a Cassia para seguir viendo dibujos animados con ella.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora