Capítulo 22: Recuerdos

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No sé si lo que me despierta es el grito de una mujer o de un hombre, tal vez de ambos; solo sé que cuando abro los ojos me encuentro con mi hermano y Catalina en frente de nosotros. Veo a Diego que parece estar despertando y sigue rodeándome con un brazo.

—¡¿Qué significa esto?! —dice la bruja con un grito que me parte la cabeza y despierta del todo a mi acompañante.

—¿Umm? ¿Qué cosa?

—Te dos segundos para que salgas y más te vale tener una buena explicación para esto.

Diego se levanta en menos de un segundo y sale al comedor, seguido de su novia quien está hecha una furia.

—¿Puedo saber que pasó aquí? —pregunta mi hermano y lo conozco lo suficiente como para saber que se está conteniendo para ocultar su enojo, sin conseguirlo.

—No estoy para dar explicaciones, Adam. Ya estoy grande, tengo una hija y no necesito que nadie me esté controlando.

—Mamá está desesperada porque no saben dónde mierda te metiste y tu aquí, de lo más bien revolcándote con mi mejor amigo.

El ruido sordo del golpe que le doy en la mejilla resuena por toda la habitación.

—A mí me tratas con respeto ¿escuchaste? —le digo con toda mi furia acumulada saliendo—. Soy tu hermana, no una cualquiera a la que puedes tratar como se te dé la gana. ¿Te has preguntado por qué mierda recurro a tu mejor amigo en vez de a ti cuando estoy mal? Porque tú crees que todo el mundo gira a tu alrededor, piensas que eres el único con problemas, y unos problemas de mierda, como que tu equipo perdió el último partido de futbol —tomo mis zapatos del suelo y me dirijo a la puerta—. Nunca te ha importado lo que me pasa y ni lo que le pasa al resto. Dime dónde estabas cuando tu amigo se derrumbó por lo de su mamá, ¿le has preguntado si quiera algo de lo que siente?

Se queda en silencio y eso me da mi respuesta.

—No es necesario que digas nada —continúo—. Y no me alejaré de Diego, porque decidimos que seríamos amigos y ni tu ni nadie puede intervenir en eso; estoy harta de que se metan en mi vida como si no me perteneciera. Por primera vez voy a hacer lo que yo quiera y si te gusta bien y si no, que pena, tendrás que aprender a vivir con eso.

Salgo hecha una furia y paso por el lado de Diego y Catalina que siguen discutiendo; ella le está tirando cojines o lo primero que encuentra a mano y él los intenta esquivar. Ni me molesto en ponerme los zapatos, intento salir lo más rápido posible y esquivando los objetos voladores.

—¡Estábamos con ropa! —escucho gritar a Diego exasperado antes de cerrar la puerta, los gritos se siguen escuchando pero no con tanta claridad.

Me pongo los zapatos en el pasillo antes de volver al auto, sé que fue totalmente desconsiderado de mi parte salir así de casa y dejar a mis papás preocupados pero lo necesitaba; sorpresivamente ahora me siento mucho mejor que hace un par de horas. Cuando miro el reloj del auto, veo que van a ser las dos; no puedo creer que haya estado dormida aproximadamente tres horas.

Vuelvo hacia mi casa, conduciendo con cuidado. Al menos ya no me tiemblan las manos cuando lo hago, y llevo una pequeña sonrisa en el rostro.

—¡Elizabeth! —exclama mamá cuando me ve entrar a la casa—. ¿Cómo estás? ¿Qué pasó? ¿Dónde estabas?

—Estoy bien, mamá. Ahora sí. Estaba con Diego, siento haberme ido así.

—Estás muy pálida, ¿segura que estás bien?

—Eso creo, supongo que aún no me recupero del todo de la sorpresa.

—¿Qué pasó en el cementerio?

—¿Podemos hablar luego de eso? Necesito un baño y ver a Cassia.

—Cassia está en nuestra habitación, se quedó dormida al lado de tu padre.

—Muero por ver eso, les tomaré una foto.

—Te prepararé el baño.

—No es necesario, puedo hacerlo yo.

Mueve la cabeza haciéndome saber que no me dejará hacerlo y yo subo las escalera para dirigirme a la habitación de mis papás; hace mucho que no entraba aquí pero todo luce igual. Muero de ternura al ver a mi padre y a mi hija en un sueño bastante profundo, ambos parecen estar sonriendo. Saco mi celular —al menos la cámara no se rompió— y les tomo una foto antes de volver a mi habitación.

Saco mi pijama y una bata del armario y las dejó en el baño, la tina ya está llena de agua y espuma. Me desnudo para entrar y el agua caliente relaja todos mis músculos en un par de segundos; intento dejar la mente en blanco pero hay un recuerdo que no deja de molestarme, el recuerdo de la primera vez que me escapé con Diego.

Él recién había cumplido diecinueve años y me preguntó tímidamente si quería fugarme con él por un fin de semana. A mí, como adolescente de catorce años, me asustó un poco la oferta pero acepté porque sabía que él no haría nada que yo no quisiera. Le dije a mis padres que pasaría esos días con Jenny; como nunca mentía y siempre me portaba bien no me hicieron ningún problema.

Su familia tenía una casa, cerca de La serena, a unas cuatro horas y media de Viña del mar; era una escapada bastante grande pero yo estaba feliz de estar con él. En la parte trasera había un lago y un pequeño embarcadero, estábamos ahí, abrazados sin decir nada hasta que él rompió el silencio.

—¿Quieres ser mi novia? —preguntó haciendo que me separara de él para mirarlo bien y prepararme para el momento en que me diga que era una broma.

—¿De qué hablas?

—Creo que lo dije muy claro y directo.

—Deja de bromear, tú ya tienes novia.

—Ya no.

—¿Me estás hablando en serio? —le pregunté emocionada y él asintió solo moviendo la cabeza—. ¿Por qué?

—Porque estaba mal lo que hacía, y quiero estar contigo, quiero que tengamos algo real.

—¿No te preocupa lo que digan los demás si se enteran?

—Sí estoy contigo y tengo tu amor, nada más me importa.

—¿Por qué yo, Diego?

—Porque eres perfecta y sé que no encontraré una mujer mejor que tú.

—Bueno, si lo dices de esa forma nadie podría decirte que no.

Salgo del agua cuando ya está tibia y mis dedos parecen ser los de mi abuela, me pongo rápidamente el pijama ya que muero de frío y salgo del baño. Veo que mi hermana está sentada en mi cama, leyendo una revista.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto.

—¿Crees que podamos tener una de esas charlas de hermanas?

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora