Capítulo 32: Discusiones

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Otra vez al silencio del auto, no es necesario que le de instrucciones de cómo llegar ya que Diego conoce el camino casi tan bien como yo. Son las cuatro y media de la tarde, papá sigue sin contestar el teléfono, hace mucho calor y tendré que convivir por dos días con este personaje que tengo al lado, no sé que suena peor.

Diego estaciona el auto en la entrada veinte minutos después y yo me bajo con mis cosas sin decir nada, doy un par de vueltas por alrededor y encuentro la maceta en la que siempre hay una llave. Vuelvo a abrir la puerta y comienzo a abrir todas las ventanas para ventilar la casa.

—Puedes tomar la habitación que quieras, espero que esté bastante alejada de la mía. Y me daré una ducha, puedes ocupar el otro baño si quieres hacer lo mismo. Adiós.

Me voy antes de que me conteste y me encierro en mi habitación, me quedo unos momentos apoyada en la puerta intentando calmarme. Decido que la ducha me despejará la mente y ayudará en algo por lo que saco ropa de mi maleta y me dirijo al baño.

El agua tibia se siente realmente maravillosa después de este día tan asqueroso; salgo envuelta en una toalla y con otra en el cabello y mientras me aplico un poco de crema en las piernas llamo a mi hermana para saber de mi hija.

—¿Cómo está Cassia?

—Hola, hermanita. Yo Cassia está bien, ahora duerme y yo también por si te importa. ¿Cómo estuvo el viaje?

—Horrible y como para completarlo nuestra reserva estaba mala y nos estamos quedando en casa.

—Por favor no usen mi habitación para hacer cosas sucias.

—¡Rosalie! —no puedo evitar gritar.

—Casi me dejas sin oído, relájate son solo bromas.

—Llámame cuando despierte, quiero escuchar alguno de sus balbuceos y te agradecería que le dijeras a papá que conteste el teléfono o vea los mensajes.

Nos despedimos y suelto el teléfono para terminar de vestirme, saco unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, quiero ir un rato al pequeño muelle que hay en la laguna a pensar un poco, necesito tranquilidad antes de prepararme para esa aburrida cena a la que tenemos que ir en la noche. Paso por el lado de Diego quien también ya se cambió y tiene el cabello húmedo.

—¿No me hablarás durante todo el tiempo que estemos acá? —pregunta pero lo ignoro y salgo hacia el patio, camino unos cuantos metros hasta llegar al muelle de madera. Siento unos pasos detrás de mí—. Supongo que eso es un sí.

—Déjame tranquila, Diego. Suficiente tengo con tener que estar en la misma casa contigo.

—Conque retrocedimos un par de años, ¿no? —sonríe—.Vuelves a odiarme.

—No te odio, no eres tan importante como para causar algo así en mí.

—¡Ya basta, Elizabeth! —se escucha molesto y me sorprende que diga mi nombre completo, nunca lo hace—. He soportado tu sarcasmo todo el viaje, llevo más de una semana dejando que me basurees pero se acabó, vas a hablar conmigo y me explicarás qué mierda hice que te molestó tanto; qué mierda pasó para que un día parezca que te encanta mi compañía y al otro me desprecias.


—¿Me sigues preguntando? ¿Hasta dónde puede llegar tu cinismo? Si querías tiempo con tu novia no soy nadie para impedírtelo pero hay formas de decir las cosas e hiciste la misma mierda que hace seis años. Me dejaste en un momento en el que te necesitaba, ahora y antes también. ¿Cómo quieres que te trate bien si lo único que haces es destruirme?

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora