Capítulo 83: Razón para vivir

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—¿Elizabeth? ¿Qué pasa? —mamá detiene el auto en la orilla de la calle y me sigue mirando con preocupación. Eso me desespera.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te detienes?

—No seguiré conduciendo hasta que me digas qué pasa.

—Diego se está muriendo, necesito que me lleves a Santiago ahora.

—¿Cómo...?

—No soy capaz de conducir en este estado —bajo la mirada a mis manos que no dejan de temblar— y necesito llegar rápido, por favor, mamá.

Mamá pone una dirección en la aplicación de su teléfono y vuelve a hacer andar el auto mientras me pide que me explique bien. No tardamos mucho en llegar a la carretera que llega a Santiago y yo siento que en cualquier momento colapsaré. Le envío un mensaje a mi hermana para pedirle que cuide a Cassia hasta mañana que volveré a buscarla, o mamá vendrá, ahora no tengo nada demasiado claro.

—Entró en paro, necesito estar ahí, necesito decirle... no se puede morir.

Pongo mis manos en mi cabeza e intento concentrarme en mi respiración para no perder el control por completo, tengo que llegar entera porque si no sirvo de nada inconsciente. Mamá apoya una de sus manos en mi pierna con cariño sin apartar su vista del frente, luego me suelta y presiona un poco más el acelerador.

—Todo estará bien, llegaremos —susurra pero no sé si lo dice para tranquilizarme a mí o a ella.

El viaje se me hace eterno, a pesar de que nos demoramos menos de lo normal y mamá conduce a gran velocidad pero siempre con precaución. Consuelo me llamó hace unos minutos para decirme que el corazón de Diego había vuelto a latir después de cuarenta y siete minutos de reanimación cardiopulmonar y que ahora lo habían vuelto a conectar al ventilador mecánico y a la unidad de cuidados intensivos.

¡Mierda! Ibamos tan bien, el médico estaba casi seguro de que pronto ni siquiera necesitaría la mascarilla de oxígeno y ahora hemos retrocedido todos los pequeños pasos que habíamos dado, si es que no más, porque sé que un corazón que no late por tanto tiempo puede causar mucho daño y un sin fin de complicaciones. Tengo que llegar rápido.

Mamá me deja en la entrada de la clínica mientras va a buscar un lugar en donde estacionar, corro por los pasillos a pesar de que no debería hacerlo, ya nada me importa, solo necesito verlo. Diviso a Consuelo a lo lejos y aumento la velocidad hasta ella, siento mis latidos en los oídos y tengo que tomarme un momento para recuperar la respiración.

Consuelo me abraza antes de que pueda recuperarme y le devuelvo el gesto, la pobre no está acostumbrada a todo el ambiente de hospital así que sé lo difícil que debe ser.

—No me dejan entrar a verlo, dicen que está en estado crítico y que todo dependerá de cómo pase la noche. No tienen un pronóstico claro ahora.

El mundo me comienza a dar vueltas y siento una leve presión en la parte baja del estómago pero lo ignoro, necesito verlo ahora. Doy un par de pasos hacia la puerta de la unidad de cuidados intensivos y entro sin importarme que diga que solo puede entrar personal autorizado. No sé si la suerte está a mi favor o qué, pero no hay nadie en la estación de enfermería así que sigo mi camino mirando a través de los ventanales para ver en dónde está Diego, finalmente lo encuentro en su habitación de antes, conectado al maldito ventilador y a varias cosas más.

Me acerco despacio como si temiera que un solo movimiento pudiera matarlo y tomo su mano fría entre las mías que no están demasiado diferentes. Está tan pálido y delgado que casi no parece él, tiene manchas moradas bajo los ojos como si llevara días sin dormir a pesar de que lleva un mes sin abrir los ojos.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora