Capítulo 49: Familia

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Unos deditos pequeños me pican el ojo y una vocecita muy aguda me despierta.

—¡Mamá! Despieta.

Sonrío porque aún no puede pronunciar bien la r y la abrazo con fuerza. Levanto mi vista y lo veo sonriente, dejando una bandeja en la cama y con el pijama que se compró ayer puesto, yo también llevo puesto mi pijama de hello kitty igual al de Cassia. Diego se ríe de mi inmadurez, es más, creo que estuvo cinco minutos enteros riéndose de la maldita prenda rosada una vez que salimos de la ducha y nos acostamos.

—Hola —lo saludo sonriendo a más no poder y él se ubica al lado de ambas y deposita un suave beso en mis labios.

—¿Dormiste bien?

—Mejor que nunca, ¿tú?

Me muerdo el labio inferior y luego acaricio el cabello de mi hija que también parece estar feliz con esta mañana completamente nueva. Espero su respuesta, pero nunca llega, la vista de Diego está en mi mano, la toma y la aparta de Cassia para observarla, soy una estúpida por creer que no notaría el hematoma en el dorso de mi mano. Nunca me había quedado así el lugar en donde pusieron una vía intravenosa pero al parecer ahora, la enfermera no encontraba mi vena y puncionó varias veces hasta encontrarla.

—¿Y eso? —pregunta con preocupación.

—No es nada, deberíamos desayunar pronto si no queremos perder el vuelo.

—Effie...

Doy un largo suspiro, no quiero que sepa pero no podemos empezar algo con mentiras. Necesito contarle todo.

—Hace unos días, mamá tuvo que llevarme a la clínica porque me desmayé en casa —se pone alerta enseguida y sé lo que está pensando así que tomo su mano y deposito un pequeño beso ahí—. Tranquilo, no es un bebé, fue solo deshidratación, no había ni comido en días y no estaba durmiendo bien —intento soltar una risa para calmar el ambiente pero él está muy tenso—. Digamos que no estaba en mi mejor momento.

—Nunca quise que te pasara algo, Effie. Lo siento tanto.

—Ya está en el pasado, lo importante es que estamos aquí ahora, estamos bien.

—Prometo cuidarlas a ambas como se merecen, nunca más te lastimaré. Haré todo lo que esté en mis manos para reparar todo el daño que te he hecho.

—Diego, mírame. ¿No lo ves? Estoy feliz, dejaste todo por mí, eso hace que todo lo demás valga la pena. Lo único que necesito que me prometas es que no me dejarás sin razón, que si quieres hacerlo me expliques el porqué. Puedo soportar la verdad, no la incertidumbre de no saber si fui yo la que hizo algo malo o no.

—Créeme, Elizabeth, que está vez ni aunque me apunten con una pistola en la cabeza te dejaré ir.

Lo beso porque es una de las cosas más lindas que me ha dicho, porque me encanta que esté aquí conmigo, porque nos escaparemos los tres, porque la vida parece estar dándonos una segunda oportunidad y está en nuestras manos no desperdiciarla.

Mientras me voy a duchar, Diego se queda cuidando a Cassia y escucho desde el baño la risa de ambos, al menos sé que mi hija lo quiere y por ese lado no tendré problemas, además, recuerdo muy bien que Diego siempre tuvo como una conexión especial con los niños, sabe perfectamente qué hacer, no se paraliza como yo cuando lloran.

Los primeros meses de Cassia lloraba con ella cuando no sabía que más hacer por tranquilizarla, mi abuela siempre se burla de mí por eso.

Cuando salgo, veo que Diego está con uno de los peluches de mi hija haciendo una voz graciosa, las carcajadas de Cassia me llenan por completo. Me visto con rapidez y me quedo entreteniéndola mientras Diego entra a la ducha.

Una hora más tarde estamos llegando al aeropuerto, pasamos a dejar las maletas y bolsos para después dirigirnos a la puerta de embarque, estamos un poco atrasados pero al menos ya estamos adentro. Le entregamos la tarjeta de embarque a la chica que las recibe y caminamos hacia el avión.

Nos acomodamos en los asientos dieciocho A y B, y Cassia en mis brazos ya que los niños no pagan hasta los tres años según lo que tengo entendido. No pasan muchos minutos hasta que mi pequeña comienza a estirar los brazos hacia el hombre que tengo al lado porque al parecer los brazos de él son más cómodos que los míos, aunque siendo sinceras yo también preferiría sus brazos.

—Al parecer no soy solo yo la que no se puede separar de ti —bromeo y apoyo mi cabeza en su hombro.

—Es imposible resistirse a mis encantos.

—Sí, claro, ¿la humildad la dejaste en casa?

Acerca sus labios a los míos y me pierdo una vez más en ellos hasta que Cassia comienza a picar nuestras caras con sus pequeños dedos, supongo que quiere toda la atención para ella.

Mis dos acompañantes se quedan dormidos y se ven tan adorables abrazados que no puedo evitar tomarles una foto con mi teléfono, luego saco mi libro del bolso ya que no tengo nada de sueño como siempre.

Siento un dolor intenso en mi oído derecho, lo que me indica que vamos descendiendo. Casi siempre que viajo en avión me pasa algo como eso, intento mascar chicle porque mamá dice que eso ayuda pero el dolor sigue siendo fuerte, escucho algunos bebés llorar y creo que es por el mismo tema de la presión y solo deseo que a Cassia no le pase.

—¿Estás bien? —pregunta Diego todavía un poco somnoliento.

—Siempre me pasa esto, pronto terminará.

Me rodea con su brazo libre e intento pensar en él, en que nos escapamos y estamos por llegar. Me olvido un poco del dolor imaginándonos a las tres en la playa, disfrutando y sin pensar en nadie más.

***

Desde el aeropuerto de Copiapó hasta bahía inglesa, es solo media hora en auto así que apenas nos bajamos del avión, fuimos a arrendar uno. Ahora Diego conduce siguiendo las instrucciones que le da su teléfono, vamos cantando una canción de los tiempos en que éramos novios y es divertido, siento como si tuviéramos cinco años menos haciendo lo mismo, es una coincidencia genial que haya sonado justo esa.

Llegamos al hotel «Rocas de la bahía», el mejor que encontré por internet y nos registramos en recepción. Nos dicen que la habitación la entregan en una hora pero que podemos dejar las cosas en custodia y salir a recorrer, y eso es exacto lo que hacemos. Decidimos buscar un lugar para comer ya que son las dos y media, y no hemos comido nada desde el desayuno.

Terminamos en un lugar de comida rápida para ir a la playa un rato a ver qué tal todo. Nos sentamos en la arena, yo sentada delante de Diego con la espalda pegada apoyada en su pecho y la cabeza en su hombro, Cassia a un lado jugando con arena. Parecemos una familia de verdad, una familia joven y feliz, nadie podría nunca adivinar que es el primer día que podemos estar juntos de verdad y en libertad, que es el primer día feliz luego de una semana sin dejar de llorar.   

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora