Capítulo 30: Sinceridad

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Cuando abro los ojos me doy cuenta de que sigo en el estacionamiento y Diego está afirmando mi cabeza. Miro hacia todos lados un poco aturdida mientras intento recordar qué hago en el suelo, intento levantarme pero cuando lo hago mi cabeza parece que explotará en cualquier momento.

Unos minutos después, con cuidado me ayuda a ponerme de pie y me pregunta por quinta vez si estoy bien.

—Te llevaré a casa —no es una pregunta—, dame las llaves.

—No, yo puedo sola.

—¿Estás loca? Una cosa es que estés enojada conmigo por no sé qué razón pero otra muy distinta es arriesgarte a tener un accidente con tal de alejarte de mí. Sé que siempre arruino las cosas, y esta vez no sé en qué parte la he cagado pero al parecer lo hice, solo quiero arreglar las cosas.

—No se puede arreglar nada y no es necesario que me lleves, puedo tomar un taxi.

Resopla frustrado y de igual forma estira el brazo para que le pase la llave, termino por ceder y en silencio me voy al asiento del copiloto. Nadie dice nada más en el resto del camino hasta que estaciona el auto en el estacionamiento de mi casa.

—¿Me dirás qué fue lo que hice? —insiste haciéndome perder la paciencia pero me duele demasiado la cabeza como para comenzar una discusión.

—Adiós, Diego. Gracias por traerme.

Me bajo del auto y camino lo más rápido que puedo a la casa, cierro la puerta detrás de mí pero no puedo evitar mirar por una de las ventanas que está al lado de la puerta. Veo como patea el suelo con furia, logrando que muchas piedritas volaran hacia todos lados. Luego, no pasa mucho rato antes de que desaparezca por el gran portón.

La señora Cleme no está, estos días la he obligado a irse más temprano ya que no hay mucho que hacer en la casa; al principio se negaba pero ahora ya no; lo agradezco porque la cara de muerta que debo tener no me la quita nadie. Voy a mi pieza para intentar dormir pero es imposible, apenas apoyo la cabeza en la almohada y cierro los ojos, la cara de Diego aparece, me dan ganas de golpearlo, o en este caso mejor golpearme a mí.

Me vuelvo a levantar molesta y abro la puerta del armario, del fondo saco la caja de cartas que prometí no volver a abrir. Supongo que necesito desahogarme de alguna forma y siempre escribir lo que me pasa ayuda; si hubiese sabido esto hace un par de años podría haberme evitado varios problemas, si no me hubiese guardado todo hasta el punto de terminar explotando, tal vez ahora todo sería muy distinto.

Termino de escribir la carta con los ojos llenos de lágrimas, quiero ver a mi hija, es la única que con una sonrisa me hace olvidar toda la demás mierda. Abrazo la almohada con fuerza y logro quedarme dormida aún llorando.

Un ruido me hace abrir los ojos, se me parte la cabeza como siempre que lloro mucho, pero eso pasa totalmente a segundo plano cuando veo a una mini versión mía sentada en el borde de la cama. Me levanto de golpe y la rodeo con mis brazos, la lleno de pequeños besos provocando que ría, esa risa que llena esta casa enorme.

—¿Qué hacen aquí? —le pregunto a mi hermana, nuevamente con lágrimas en los ojos—. Creí que no volverían hasta mañana.

—Sí, pero el día estaba feo y Cassia te extrañaba mucho así que decidimos volver.

—Ay, que bueno. Yo también la extrañaba —vuelvo a abrazar a mi pequeña y mi hermana enarca una ceja y se cruza de brazos—, a ti igual te extrañé, tonta.

Se une a nuestro abrazo y nos quedamos un buen rato las tres así, creo que era algo que necesitaba con urgencia.

—Tienes una cara terrible, ¿estás bien?

—Tu sinceridad me sorprende, he estado mejor pero ahora nada puede arruinar lo feliz que estoy de que hayan regresado.

Luego de regalonear un poco más a mi pequeña decido ir a saludar a mis papás, estar estos días sin ellos no fue tan terrible como estar lejos de mi hija, no digo que no los extrañara pero llevaba dos años viviendo sola y sin verlos hasta ahora. Mamá me envuelve en un gran abrazo, y deposita un pequeño beso en la frente.

—¿Te sientes bien? —pregunta y sé que debo ser sincera, las noticias en la oficina corren y si se entera por alguien más me mataré.

—Sí, solo estoy cansada —bajo mucho la voz para decir esto— y en la mañana me desmayé en la oficina.

—¡¿Qué?!

—No fue nada importante, había dormido mal y desayunado poco, solo eso.

—¿Cómo que solo eso? ¿Dejaste de comer otra vez?

—No mamá —debí haber sabido que se pondría como loca—. No he tenido buenas noches, es solo eso.

—Dime por favor antes de que me dé un ataque que no te viniste conduciendo sola después de que te desmayaste.

—Diego me trajo, estaba hablando con él cuando pasó.

—Oh, por suerte que Dieguito estaba ahí.

—Hubiese preferido a cualquier otra persona, pero bueno no todo se puede en la vida.

—¿Y ahora qué? Creí que eran amigos.

—Ya no, por mí se puede ir a la mi...

—¡Elizabeth! —me reprende y yo me tapo la boca recordando que mi hija también está presente—. Hay algo más, que no me has contado. Desde que volviste del cementerio ese día que estás rara.

—Está bien, te lo contaré todo; pero es bastante largo.

—Tenemos mucho tiempo.

Salimos a sentarnos a la terraza mientras mi hermana juega con mi hija en la sala de estar. Le cuento absolutamente todo, de Kiara hablándome en el cementerio, diciéndome que todo lo que creía era una mentira; le cuento que ese acontecimiento me acercó aún más a Diego y que con él me fui la noche de año nuevo, que Kiara vino a la casa a aclararme algunas cosas pero me dejó más confundida y termino con el mensaje que me envió Diego diciendo que tenía mejores cosa que hacer que ocuparse de mis problemas.

—No parecen palabras de Diego.

—Créeme que sí —las he escuchado hace unos años.

—Lo único que te puedo decir es que Diego se casará con la novia que ha tenido toda la vida, creo que la única que ha tenido —no sabes todo lo que te equivocas, mamá—; te pido que cualquier sentimiento que esté empezando a aparecer dentro de ti, lo detengas. No quiero verte sufrir otra vez.

—No tengo ningún sentimiento hacia Diego, mamá.

—No nací ayer, Elizabeth. Puedes mentirte hasta a ti misma y creerlo, pero a mí no me podrás engañar ni en un millón de años. Te conozco demasiado bien.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora