Capítulo 42: Deprimida

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—¿Pero qué...? —escucho una voz detrás de nosotras y luego pasos— ¡Catalina, suéltala!

No es la persona que quisiera ver pero ahora debo admitir que cualquier ayuda me habría venido bien. Adam se queda afirmando a la bruja y yo me pongo de pie, me intento acomodar el cabello y siento un pequeño ardor en el pómulo; cuando me toco, mis dedos quedan manchados de sangre.

—¿Me pueden explicar qué está pasando?

—No es asunto tuyo —respondo a la defensiva, no lo había visto desde que supe lo que le hizo a Diego en el pasado y la rabia que siento por él es más de la que pensé—. ¿Por qué mejor no te la llevas?

—¿Puedes decirle a tu hermanita que deje de coquetearle a mi novio?

—¿Tú qué? —mi hermano me mira fijamente.

—Yo no estoy coqueteándole a nadie y tampoco tengo que darles explicaciones de nada a ustedes.

—Claro que tienes que hacerlo —me apunta la bruja y luego mira a Adam—. ¿No te das cuenta del colgante que tiene en la mano?

—¡Es el de Edith!

—¿Y quién crees que se lo dio?

—¿Pueden dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí?

—¿De dónde sacaste ese colgante, Elizabeth?

Me intento alejar pero Adam toma mi brazo con fuerza impidiéndomelo, es inútil intentar soltarme.

—Me estás haciendo daño, Adam.

—No te soltaré hasta que me digas de donde sacaste ese colgante.

—Lo robé cuando fui a visitar a Edith, ¿está bien? ¿Ahora puedo irme?

—¿Piensas que te voy a creer algo así?

—Tu verás si me crees o no, no tengo tiempo para esto. Debo limpiar los rasguños que me dejó tu amiguita para que mamá no haga preguntas.

—Aléjate de él, Elizabeth o de verdad me conocerás. No sabes todos los contactos que tengo.

—Guárdate tus amenazas, no me das miedo.

Doy un tirón y Adam al fin me suelta, me voy casi corriendo a la casa sin poder creer todo esto. Me miro en el espejo del pasillo y no puedo creer lo que me hizo, no sé cómo mierda voy a esconder todos los rasguños que tengo.

Saco el botiquín y entro a mi baño, comienzo a limpiar mi cara y arde un poco, me doy cuenta de que estoy llorando cuando una lágrima cae en el dorso de mi mano. Intento limpiar mis ojos y dejar de llorar pero no puedo, soy una mierda y merezco cada una de las palabras que me dijo esa bruja y los golpes también.

Las marcas quedan, no hay nada que pueda hacer. Mamá se dará cuenta y me interrogará hasta saber la toda la verdad, será mejor que desde ya comience a inventar algo para que salga natural; tal vez si lo practico mucho frente al espejo me llegue a creer.

Tomo mi teléfono que había dejado en el velador y veo que tengo un mensaje de Diego de hace unos veinte minutos.

«¿Nos podemos ver?»

Mi corazón dice: Sí, sí, sí.

Pero escribo:

«No puedo, estoy muy ocupada. Tal vez otro día»

No pasan ni treinta segundo y responde:

¿Estás bien?»

«Perfecta»

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora