Capítulo 1.

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El día del Nacimiento había llegado.

Los habitantes del reino Blanco se dirigieron, al despuntar el alba, a los jardines del palacio del Alumbramiento. Ese año, se respiraba en el aire gran nerviosismo y entusiasmo. Las profecías habían relatado que en esa generación de nuevos seres blancos, se encontraba el niño que algún día lograría la paz con los seres del reino de Grehem, los llamados corvus. Había mucha gente que no creía eso posible. Las desavenencias entre el reino Blanco y el reino de Grehem, eran tan profundas y antiguas, que realmente no había nadie que creyese aquello posible, sin embargo, la gente del reino Blanco eran conocidos por su optimismo y no perdían la esperanza ante ello, por eso, ese día, no faltó nadie del reino en el Nacimiento.

El palacio del Alumbramiento estaba atestado de gente al mediodía. Los jardines rebosaban colorido ante los brillantes y gigantescos capullos de flores que lo decoraban. Sus colores eran tan llamativos y brillantes que la gente ya percibía en el ambiente que estaban a pocos minutos de que el Nacimiento comenzara. Los seleccionados para aquel Nacimiento, se hallaban ya de pie frente a aquellos enormes capullos, todos y cada uno de ellos, con la mirada puesta en el cielo, esperando porque el Sol se situara encima de sus cabezas.

Los grandes capullos empezaron a temblar y brillar, los seres blancos contuvieron el aliento ante la inminente llegada de los nuevos seres. Poco a poco, cada uno de esos capullos desplegaron sus pétalos cuidadosa y lentamente, floreciendo y dando a luz, cada una de ellos, a un pequeño bebé que dormitaba sobre la corona de pétalos ahora por fin abierta.

Los seres blancos que se hallaban junto a cada una de esas flores, dieron un paso al frente y acogieron entre sus brazos a los pequeños bebés recién nacidos, los cuales, al verse fuera del cálido cobijo de los pétalos, se removieron molestos, empezando a llorar tristemente. Los seres que ahora los arropaban, trataban de calmarlos meciéndolos suavemente y con palabras dulces.

El pueblo estalló en júbilo, todo el mundo era consciente de que aquel había sido uno de los Nacimientos más prolíficos, un conteo rápido, mostraba algo más de veinte niños regordetes y llorones. Tristemente, todos presenciaron también cómo uno de aquellos inmensos capullos, permanecía cerrado. No era la primera vez que, lamentablemente, uno de los alumbramientos se perdía por decisión de la madre naturaleza, pero no por ello dejaba de ser triste el observar aquel capullo cerrado sabiendo que, en su interior, se había gestado otra vida que, tristemente, no había llegado a buen puerto.

Lo seres blancos empezaron a replegarse, con la firme decisión de regresar a la ciudad, a sus casas, para, quienes hubiesen sido elegidos ese año, cuidar de un nuevo bebé. Cuando la mitad de aquellas personas habían salido ya del recinto del palacio del Alumbramiento, un pequeño niño rubio de no más de ocho años, hizo sonar su aguda vocecita:

―¡Appa! ¡Se está abriendo!

El pequeño niño soltó la mano de su padre y echó a andar hacia el gran capullo azul zafiro que había permanecido cerrado a la hora del Nacimiento y que ahora, casi después de una hora, empezaba a temblar.

Las personas que oyeron gritar al niño, se giraron extrañados a observar como, realmente, el capullo empezaba a abrirse. Aquello era mala señal, nunca, jamás, en toda la historia de vida el reino Blanco, un niño había nacido fuera de la hora del Nacimiento.

Los más precavidos, decidieron regresar a sus casas, no queriendo presenciar aquel momento, pues imaginaban que, si el capullo se estaba abriendo tan tarde, mostraría un pequeño bebé muerto. No, aquella no era un visión que quisiesen presenciar el que se suponía era el día más feliz del año.

Corvus & CygnusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora