3.

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_______________Vega


Caminé hacia la salida del instituto.

Crucé la calle junto a varias personas porqué me daba más seguridad, o morimos todos o nada.

Tomé el autobús, no esperaría a mamá eso estaba claro. Apostaría a que en éste momento no se encontraba en casa. Lo más seguro es que estuviera con algún tipo haciendo cosas asquerosas.

Mi vida ha sido un poco difícil, mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años y el juez había decidido entregarle la custodia a mi madre por lo que ahora vivo con ella. Pero vivo bajo sus reglas, me trata de la mierda, es como si no fuera mi madre. Después de a verse divorciado de papá comenzó a odiarme, de hecho ella solo me tuvo para retener a papá a su lado, estaba loca. Pero a pesar de ello, yo quiero hacer las cosas bien tratando de llevarme bien con ella, cumplo sus reglas, aceptó sus regaños, permito sus insultos hacia mí sólo para tratar de no empeorar las cosas. Desdé pequeña siempre he sido una niña que cumple las reglas púes e vivido siempre en sus reglas, y tampoco es cómo si me interesara romperlas.

Llegué a casa tranquilamente, y como lo predije hace un rato. Ella no iba a estar en casa. Y por ella me refiero a mamá.

Fui hacía la cocina para poder preparar algo de comer, moría de hambre. Saqué un pan bimbo, tenía demasiados ya que mi papá era dueño de la empresa. Si, era la hija del dueño de Bimbo pero no era como si lo presumiera, realmente no me importaba mucho, yo nunca viví de lujos. Era cómo una mezcla de riqueza y pobreza. Papá le daba a mi mamá dinero para mis gastos pero ella siempre se lo gastaba en alcohol. Por esa misma razón a veces faltaba dinero en la casa.

El teléfono de la casa comenzó sonar, alguien estaba llamando.

Deje que sonara unos segundos, me daba flojera caminar hasta él. Sonó, y sonó así que corrí como rayo hasta él y cuando lo tome colgaron. Maldita sea.

De repente volvió a sonar.

Lo tomé y contesté.

— ¿Bueno? —hablé.

—Púes...todos me dicen que estoy bueno, así que sí.

— ¿Quién rayos habla?—pregunté.

—Mario, Mario Bautista. —contestaron.

—No sé quién seas así que colgare.

— ¡No! —gritaron desdé la otra línea. —Lo siento. Creó yo soy el único que te hablo hoy.

Ah, no puede ser.

— ¿El peje lagarto?

—Si ése...espera ¿qué? —dejo de hablar unos segundos. — ¿Peje qué?

—Peje lagarto tarado. —rodee los ojos.

—Qué graciosa Veguita, no juegues conmigo. —advirtió.

— ¿Para qué llamaste? —pregunté irritada.

—Solo para recordarte que tienes que hacer mi tarea y llevarme un chocolate de almendras mañana.

— ¿Eso es todo? Bueno, adiós. —colgué sin dejarlo protestar.

Cada día me sorprendo más de mi buena suerte. Sarcasmo.

* * *

Llegué al instituto un poco más temprano de lo normal. No sabía exactamente la razón del porqué pero aquí me encontraba.

Fui hacia el jardín y me senté en el césped.

Saque un chocolate que tenía en mi bolsillo para comerlo. Había comprado dos, uno para mí y el otro para ese tal Mario. Me comí el mío, pero seguía con un poco de hambre así que comencé a desenvolver él del peje lagarto. Ése sería mi apodó hacía el.

Tenía mucha razón cuando dijo que eran deliciosos, realmente lo eran.

Comencé a comer un poco.

A lo lejos miré a Mario bajar de su increíble auto, si no me equivocó era un lamborghini color negro.

Caminó con la cabeza arriba como si él fuera el amo en este lugar. Su paso era firme y decidido. Todas, y por todas me refiero a todas las que se cruzaban en su camino quedaban perplejas ante él. Era un especie de hechizo que en mí no existía.

Mario notó mi pesada mirada hacia el por lo que tuvo que parar su paso para examinarme bien. Notó el chocolate mordido a la mitad en mi mano.

Una idea vino a mi mente.

Desenvolví todo el chocolate y comencé a comerlo lentamente sólo para hacerlo sufrir. Por lo que sabía, aquí no vendían chocolates con almendras. Me había comido el único que Mario uniera podido comer el día de hoy.

Acelero su pasó y caminó hacia mí, tuve que acabarme rápido el chocolate, no quería dejar rastros que el pudiera lamber siquiera.

Llegó a mi lugar y me tomó del brazo para llevarme a rastras a un lugar que no conocía. 

No había absolutamente nadie.

Forcé a que me soltará.

—No me vuelvas a tocar idiota. —le advertí.

—Y tú no vuelvas a comerte mi chocolate, con eso no se juega. —dijo firmé.

—Te lo mereces por ser un patán.

— ¿Era de almendras? —me preguntó. Yo asentí malvadamente. — ¡De esos no hay aquí mierda! —subió la voz.

—Lo sé, por eso lo hice. Y ahora no hay rastros de él, me lo terminé. —sonreí triunfante.

Una sonrisa se formó en su cara, no me gustaba para nada eso.

—Eso crees tú. —se acercó a mí. —Tú te lo comiste así que el sabor quedo en tu boca...—miro mis labios. —Y qué mejor que un beso con sabor a chocolate de almendras.

Antes de que pudiera decir algo tomó mi rostro y planto un fuerte beso en mis labios. 

El testigo de Andrés «mb»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora