10.

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Mario Bautista

Sus labios se movían delicadamente sobre los míos. El besó era entre una mezcla de su pintalabios sabor cereza y el agua salada. Era muy extraña.

Jodete Mario.

¿Porqué sigues besándola?

Se supone que esto no era un beso. Pero diablos, ¿quien rayos se va a oponer a algo como esto?

Jodete tú puto cerebro de mierda.

Sentí como mis pulmones pedían aire a gritos. Se me estaba acabando el oxígeno.

Comencé a alejarme lentamente de ella, separando nuestros labios segundos después la llevé hasta la superficie para que respirara.

Ella también necesitaba aire, desdé el principió lo necesitaba pero ella prefirió besarme. Cuando antes me reclamaba que no le pusiera un puto dedo enzima. ¿Quien rayos la entendía?

Ella parecía bastante avergonzada.

Y eso me había parecido bastante tierno.

—¿Te encuentras bien?—le pregunté.

Simple y sencillamente también estaba preocupado por ella aunque sea difícil de creer.

—Si, gracias...yo-yo lo siento por...—me miró entre sus pestañas y pude notar el pequeño color rojo que se formaba en sus mejillas. Ella era tan tierna.

Se trababa un poco, era obvió que no quería terminar la oración.

¿Tan malo había sido besarme?

—No te preocupes. —le dije.

Ella sólo se limitó a asentir.

Comenzaba a creer que el estar cerca de mí era un pecado para ella.

A toda costa trataba de evitarme, y eso tal vez solo tal vez me afectaba un poco. También era muy raro, digo, todas las chicas mueren y darían lo que fuera por estar en su lugar.

Por alguna extraña razón me comenzaba a agradar el hecho de pasar tiempo con ella. Ella era muy divertida, linda, tierna, era una buena chica. Y saber que unos viles monstruos quisieron acabar con ella—o tal vez lo hicieron—me enfadaba.

Ella comenzaba a importarme más de lo que debería. Y no sentimentalmente en el hecho de que tengo algunos sentimientos encontrados hacía ella, no, si no porqué quería a toda costa que se sintiera libre, feliz y protegida.

Y eso...no me gustaba para nada.

*  *  *


La miré por unos segundos antes de hablar.

Había algo en ella que no me gustaba y lo peor de todo es que no sabía que era. Por eso tenía que descubrirlo pronto.

— ¿Crees que ya se hayan ido? —me preguntó ella.

Miré hacia arriba del muelle para percatarme de que los policías no estuvieran. En efecto, no estaban.

—Sí, ya no están. —le dije.

Se removió un poco.

Ella seguía sujetada de mí, si no lo hacía se iría hacia abajo. Era increíble que aún no supiera nadar. Bueno, no la juzgó.

— ¿Podemos irnos? —preguntó ella.

Sólo me límite a asentir.

El clima en estos días era espantoso y el agua era un más espantosa. Estaba muy fría.

El testigo de Andrés «mb»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora