Dolor.

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Cada momento en este horrible lugar se me hacía eterno. Tenía las cuatro paredes más que grabadas en mi mente. Todos los días venían a por nosotras dos para hacernos lo mismo que siempre. Me estaba empezando a preguntar por qué demonios nos tenían en estas condiciones, ya que aquí no podíamos apenas dormir y el frío era muy frío, si se supone que estamos haciendo lo que quieren.

Estaba de nuevo en la consulta médica donde me hacían un revisión tan física como mental. Me seguía sorprendiendo como no me había vuelto loca. Como es rutina, el chico pelirrojo me guiaba a todos lados y , por supuesto, no me quitaba un ojo de encima, era agotador.

-Chico pelirrojo, ¿les puedes decir a tus superiores que me mantengan en mejores estancias? No es que no esté a gusto donde estoy ahora pero digamos que no es....sano.

Apenas hizo un leve movimiento de cabeza.

-¿Cuándo me vas a decir tu nombre?

Entonces me miró. Lo sentí explorarme con los ojos. Mi estómago se revolvió. Se quitó la gorra y pude observar su pelo. Era realmente rojo, no de los típicos que son de bote, sino uno muy profundo y deslumbrante. Tuve la tentación de alargar mi brazo y pasar mi mano para comprobar que era auténtico.

-¿Eres merecedora de saberlo?

-Creo que me lo estoy ganando.

Sonrió.

-Jano.

-Gracias, Jano.

Después de que el doctor o lo que fuera que fuese me revisara hasta el último pelo de la cabeza Jano me cogió, como se costumbre, del codo para tirar de mi mientras yo le agarraba la mano a mi hermana.

El amor del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora