—¿Entonces no abriste la ventana?
—Ayleen, ya te dije que no.— por primera vez en mis corto diecinueve años, vi rodar los ojos a mi madre.—¿Por qué insistes tanto?
—Nada...— tomé un sorbo de café, al mismo tiempo que acomodaba la manga del bolso en mi hombro.— Nos vemos luego.— caminé hacía mamá depositando un dulce beso en su frente.
Salí del cuarto de cocina para dirigirme a la puerta principal. Tomé el picaporte de la puerta, atravesando el marco y cerrando la puerta a mi espalda.
Camine en dirección a la camioneta que se encontraba parqueada en la acera. La había sacado del garaje antes de volver a casa para hablar con mi madre de la ventana. Es una incógnita que me carcome. Recuerdo perfectamente que mis ventanas siempre se encuentran cerradas, y con la traba puesta. Las abría cuando recordaba que mi habitación tenía ventanas, ya que la mayoría del tiempo las cortinas anulaban cualquier luz o resplandor solar. Uno que otro día, permitía que el resplandor solar penetrara por mi ventana, para calentar un poco el ambiente de mi habitación.
¿Fue real o no?
Tomé el picaporte abriendo la puerta. Entré y cerré de inmediato. Coloqué mi bolso en el asiento del copiloto. Introduje la llave girándola, haciendo encender el vehículo. Pisé el acelerador, para no perder mas tiempo. Iba retrasada.
¿Y si fue real?
Lleve una mano al lado de mi cuello inspeccionando a ciegas cualquier tipo de herida. Ni un rasguño.
Suspire cansada de lo mismo. Siempre es lo mismo, siempre. Siento que es algún tipo de trastorno, desde aquella noche. O tal vez es algún tipo de maldición que el karma te echa. Aunque no. Eso es absurdo. Simplemente la vida me está haciendo pagar el delito del cual salí impune. Y por más que me convenza que eso no me tiene que seguir afectando, aún sigo ahí. Atascada. En un pozo donde no puedo salir. Todas las noches colisionó con el mismo muro, excepto hoy. Esta fue la única pesadilla de cual me sentí vivirla en carne propia.
Brendan le está ocasionado problemas a mi mente con sus apariciones. Hurwood... Jamás en mi corta edad encontré su rostro en algún tumulto de personas para que visitara mis sueños. Y esa voz... Se me hacía familiar, pero a la vez no. Su acento era diferente. No podría ser él. Por supuesto que no.
El tono de llamada me expulsó de mis pensamientos. Extraje el aparato de la bolsa de mis jeans, y sin observar el destinatario, atendí la llamada.
—¿Hola?
—Ayleen...— nombró dulcemente. Sonreí hacia la calle al escuchar su voz.
—Anwar...— pronuncié de lo mas boba.
—Disculpa mis llamadas constantes. — se excusó sarcástico.
—No me aburres.— mantenía la sonrisa en mis labios.
—Eso sabía. — río sonoramente. Su risa... Tanto tiempo.—¿Estás en el instituto? — detuve la camioneta en un semáforo rojo.
—Estoy a dos semáforos de llegar.— acaricié el volante con la mano que lo tomaba.
—¿Está todo bien?— desvíe mis ojos al asiento del lado, suspirando.—Ayleen...
—Mi mente está jugando sucio...
—¿Qué te hace creer?— frunci mi ceño. El semáforo pasó de rojo a verde. Presione el acelerador bajo mi pie, doblando a mi derecha.
—Escucho voces...— sólo una voz en realidad. —Tuve una pesadilla extremadamente extraña.— el semáforo de la vía en que me encontraba, cedía el paso con su luz verde. Llegué a la esquina, doblando a mi izquierda.
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BLACK EYES
ParanormaleATENCIÓN: Esta novela la escribí cuando tenía quince años, por lo tanto, puede contener faltas ortográficas que aun no han sido corregidas, algunas contradicciones y poco desarrollo de los personajes. La revisión continúa en espera. Nerviosa abrí la...