capítulo#34: "Lo que importa"

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Miré hacia la lujosa casa que se alzaba ante mí. No sabía cuanto tiempo llevaba parada ahí, como si las soluciones que buscara me fueran a caer del cielo.

Solté aire y crucé el camino para tocar el timbre. Hacía un clima fresco, la brisa ocasional agitaba la oscura y ondulada cabellera que ni me molesté en cepillar. Demasiado ansiosa para poder pensar en mi rebelde cabello.

Mi corazón dio un vuelco cuando al abrirse la puerta no me topé con una mucama o si quiera con el muchacho que me había citado allí, sino con un hombre joven y de afilados rasgos, anchos hombros y luminosos ojos.

-¿Señor Leblanc? -mi saludo sonó más a una pregunta incrédula. Sabía muy bien que yo no era de su agrado y me imaginaba el incordio que podría estar dándole así que me apresuré en arreglar la situación-. No estaba buscándolo...Y tampoco a su hijo, bueno sí pero no para lo que cree. Su hijo y yo sólo somos amigos, bueno no.

Bien hecho Gray.

Me regañé. En definitiva siempre actuaba como una estúpida frente a ese sujeto.

-Si me da un momento puedo explicarle -me callé a mí misma-. Olvídelo. Ni siquiera debería estar aquí.

Stephen Leblanc solo me miró. No con la apasibilidad con que solía hacerlo su hijo, sino de una manera tan glacial y absorvente que te hacía sentir como algo minúsculo e insignificante. Inspiraba respeto y miedo, sobre todo la segunda.

-Eres idéntica a tu padre -soltó al fin sin emoción alguna-. Pero parloteas como hacía tu madre, qué desgracia.

No supe cómo tomarme ese comentario así que lo pasé por alto. El señor Leblanc se hizo a un lado, algo que interpreté como una invitación a pasar.

Confundida e intimidada como estaba obedecí y lo seguí por las escaleras hasta una pesada puerta pulida, al ser abierta me vi en una enorme sala; estaba bien iluminada por toda la luz que cruzaba los altísimos ventanales con las cortinas corridas. Altos y repletos libreros cubrían todas las paredes, un gran piano se hallaba ubicado en una esquina y un formal escritorio del otro lado.

Era un estudio magnífico.

Stephen caminó con esa elegancia y seguridad con que se movía hasta el escritorio y me hizo un gesto para que me siente frente a él. Así lo hice.

-¿Vino? -preguntó tendiéndome una copa.

-No, gracias. No bebo.

Alzó una ceja para luego mirar su bebida, pensativo.

-A tu padre le gustaba mucho el vino -dijo sin dejar de mirar al cristal-. Recuerdo a Lily gritándole como una madre cuando se pasaba de copas.

Lo miré sin creérmelo mientras mis manos se hacían puños.

-Sally solía decirle que se alteraba por todo, creo que concordo ¿sabes?

-¿Y a usted qué le hace pensar que me interesa saber lo que decía su esposa de mi madre? -solté más pesada de lo que pretendía.

-Nada, señorita Gray.

-Genial, porque no me interesa.

Me puse en pie dispuesta a retirarme cuando su voz me hizo detenerme en medio del reluciente suelo.

-Qué fortuna que a mí no me interesan sus intereses, pero a mi hijo sí.

-¿Dylan...?

Dejé que la pregunta muriera en el aire mientras volvía a darme vuelta. Stephen contemplaba algo entre sus manos, con la misma frialdad y ausencia con que miraba todo.

La Vida Secreta de Skylar GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora