CAPÍTULO 9. INTERLUDIO

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—¿Qué procede? —el nerviosismo del falso Stinger era palpable, estaba ansioso por arrebatarle la vida a los superhéroes y obtener su pase de salida. Permanecer tanto tiempo atrapado en un planeta le asfixiaba.

—Vigila a los rehenes, tengo un asunto que atender.

—Deberíamos...

—Cállate y has lo que te ordeno.

De nada le valdría objetar. Aguardarían hasta verificar el paradero de su tercer compañero, quien en el peor de los casos podría estar muerto. No había manera de saber si seguía con vida. La capacidad regenerativa de su especie era algo lenta pero axiomática, así que podían calcular el tiempo que le tomaría llegar hasta la cueva sin importar lo maltrecho que le hubiesen dejado durante la batalla.

Debían esperar. Y por supuesto, no era una cuestión de solidaridad. Que sólo quedaran dos de ellos acortaría sus posibilidades de supervivencia. Algo incomprensible para los humanos cuya sinergia no adquiere connotaciones fisiológicamente imprescindibles.

—Por fin estamos solos tú y yo —acarició el contorno de su rostro, deleitándose no sólo por contemplar la perfección de su contextura, sino por el hecho de tenerlo cual ser indefenso entre sus brazos.

La oscuridad era absoluta en aquel reducido espacio, idónea para priorizar el sentido del tacto en un encuentro íntimo. La respiración de Saitama era apacible, constante. Aún si despertaba, no tendría la fuerza suficiente para defenderse.

—Preferiría que estuvieras despierto —besó sus labios, con especial cuidado al mordisquearlos un poco—. Tu aroma es exquisito.

Aspiró profundo, muy cerca de su cuello.

La única razón por la que se abstuvo de arrancarle la ropa y poseerlo, era que tenía el tiempo calculado y sabía que muy pronto sería imperativo detenerse. Si quería hacerlo suyo, tendría que esperar. Por mucho que eso le molestara. Pues si algo odiaba era frenar sus impulsos lascivos.

—No entiendo por qué ese inútil androide te tiene tan hechizado, si no es ni la mitad de poderoso que tú. Deberías verlo como lo que es, un perrito faldero —bajó hasta su abdomen, tomándose la libertad de besar su piel a consciencia, y chupar tan fuerte como para dejar una visible marca.

Se quedó quieto al ver que soltó un quejido y se removía en su sitio. Que estuviera débil no significaba que no pudiera despertar.

—Eres tan vulnerable ahora —no obtuvo réplica—. Cuando despiertes me odiarás tanto que no podré quitarte las manos de encima ni por un segundo. ¿Sabes por qué?

Frotó sus muslos, abrió sus piernas y le abrazó colocándose justo en el centro, ejerciendo presión con su propio cuerpo.

—Porque mataré a tu novio. El único que vivirá serás tú. Vendrás con nosotros, ¿eso no te hace feliz? —lamió su rostro desde la base del mentón hasta la sien y se apartó riéndose.

El matiz maquiavélico de aquella risa discreta se evaporó en el aire, así como su urgencia por llenar a aquel hombre de su semilla.

—Me habría fascinado ver la cara de tu lamebotas luego de echar tu cuerpo desnudo a sus pies —relamió sus propios labios—. ¿Qué diría si viera un sospechoso líquido blanquecino escurriendo entre tus piernas?

Sus fantasías de llegar hasta el clímax en un encuentro pasional con él debían esperar. Avivar los celos y el odio desmedido en el rubio era un capricho subjetivo que no formaba parte de sus planes. Tampoco podía darse el lujo de subestimar la ira del cyborg a tal grado.

—Nunca puedes dejar tu suerte al azar —musitó para sí.

Inesperadamente, todo rastro de risa se opacó en su sombrío semblante.

—Y por lo que veo, tú lo mataste.

Sólo quedaban dos de ellos en el universo.

—Quien diría que esa fiera albina te ayudaría a consumar tu venganza —suspiró con pesadez—. Supongo que habrías hecho lo mismo conmigo si yo me divirtiera mancillando a mi presa y me encontraras en el acto.

Alguien tan calculador como él pensaba que obtener la ventaja sólo era cuestión de no dejar elementos al azar. Pero Saitama no acogió al tigre dientes de sable por estrategia, y a pesar de ello resultó la pieza clave de todo el rompecabezas.

"Lo perdimos, no tiene caso seguir esperándolo", le advirtió a su cómplice.

"¿El calvo lo confesó?".

"No hace falta una confesión. Los hechos hablan por sí solos".

"Si tú lo dices". Estaba acostumbrado a pasar de sus explicaciones deductivas, así que no mostró mayor interés. "¿Y dime, ya acabaste de comértelo?".

—¿Qué tal estuvo? —inquirió con una sonrisa de soslayo al asomarse.

—No puedes dejarlos sin vigilancia, largo de aquí.

—Los até con los lazos especiales. Espera un momento, ¿no hiciste nada de lo que tenías pensado?

—Eso no te incumbe. Has algo útil y átalo con los otros. Asegúrate de separarlos en parejas.

—Creí que éste no sería sacrificado. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Y no te equivocas. Éste me pertenece. Simplemente no tendrá concesiones especiales.

—¿No podemos matarlos hasta que las cápsulas hayan absorbido la mayor cantidad de energía, verdad? —preguntó por enésima vez desde que habían llegado a la Tierra y perdido la nave espacial. Conocía de antemano la respuesta, por lo que el falso Genos sonrió condescendiente.

—Yo también estoy impaciente.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora