CAPÍTULO 24. EL ÚNICO EN QUIEN CONFÍO

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Esta vez ningún sueño le mantuvo a la expectativa de un mundo falso, fue un intervalo considerablemente largo de absoluto silencio e inconsciencia el que adormeció los sentidos de Saitama.

Abrió los ojos con dificultad, escuchando el silbido del viento, sintiendo frío en su piel humedecida por algo un tanto distinto al agua, algo con un olor que no lograba distinguir, que lo cubría en una situación símil a la de un feto confinado a la placenta y cuya extracción le genera desorientación y desasosiego. No tenía idea de que había sido rescatado ya dos veces desde que el simulador y gran parte del edificio central colapsaran.

Su despertar vino acompañado de una agudeza sensorial basada en el reconocimiento: el movimiento acompasado, la breve ceguera ante el brillo de los primeros rayos de luz anunciando un nuevo día, y sobre todo el contacto directo con el níveo pelaje que hacía mella en su memoria.

—Silver... —el nombre escapó de sus labios en un murmullo.

No se atrevía a alzar la cabeza para comprobar lo obvio, temía despertar de un sueño terriblemente vívido, de sufrir el mismo engaño del que ya estaba harto. Definitivamente no descartaba la posibilidad de ser burlado por una alucinación o artificio, pero al mismo tiempo anhelaba fervientemente que fuese verdad.

Pero, ¿cómo podía estar vivo? No tenía sentido.

Cerró el puño en torno a un mechón del pelaje, y no apartó la mirada del mismo, en una necedad amarga por tratar de identificar alguna señal que desmintiera el posible engaño.

—¡SAITAMA! —gritó de pronto un joven que venía en bicicleta, ataviado con un traje blindado y casco.

No demoró en acortar la distancia. Sin embargo, el tigre lo evadió y aceleró el paso, desconfiado de su repentina proximidad.

El héroe, a quien Saitama ya había reconocido, se puso de pie sobre su bicicleta y pedaleó a una velocidad mayor. No conforme con el avance, accionó los frenos y lanzó a su preciada "Justicia" contra el costado del tigre albino para detenerlo.

Saitama intervino, bloqueando la bicicleta con una mano, aunque recibiendo un buen raspón en la palma.

—¿Qué? —se acercó, extrañado de herirle con tan poca cosa y enterándose de que venían juntos. Por lo menos no era una captura como supuso al principio.

—No pasa nada, Silver —intentaba tranquilizarlo—. Es mi amigo Rider Sin Licencia.

El felino aún no estaba del todo convencido, así que permaneció en una postura de ataque mientras Saitama bajaba de su lomo y acariciaba su pelaje en pos de apaciguarlo.

—¿De dónde sacaste a ese...? —No estaba seguro de cómo plantear la pregunta.

Nunca en su vida había visto a un animal que pareciera una cruza entre un tigre blanco y un arcaico dientes de sable presuntamente extinto. Ver a tremenda quimera de dos metros de altura, corpulenta y con esos amenazadores colmillos de medio metro sí que le ponía la piel de gallina.

—Es una larga historia.

—Tu mano —Rider veía cómo la sobaba, adolorido—. ¿Cómo es posible que te lastimara? No entiendo.

—Como dije, es una larga historia. ¿Tienes un lugar seguro al que podamos ir? Si no me equivoco, estamos en Ciudad Z. No ha cambiado mucho desde que me fui, aunque supongo que sigues viviendo por aquí. —A pesar de su tono afable, mantenía un gesto apático y algo frívolo, muy diferente al despreocupado Saitama que conocía.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora