CAPÍTULO 11. CEFALÓPODO

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Bastó con rastrear a los alienígenas mediante el sistema de localización computarizado de Genos. No cabía duda de que se dirigían hacia el campamento, por lo que el androide se desplazó a su máxima velocidad, siendo secundado por Saitama.

—¡Silver Fang está tratando de hacer tiempo! —gritó, ya que el viento amortiguaba el volumen de su voz.

—¡Y es muy considerado! —agregó su maestro.

—¡Cierto! ¡Si no pudiera rastrearlos, ese sería el primer lugar al que se me ocurriría ir!

Prácticamente los guiaría al otro extremo dentro de los lindes de aquella zona experimental, y dado su desplazamiento un tanto azaroso, Genos intuía que el felino aprovechaba los caminos sinuosos para demorarse en llegar. Haría tiempo, esperando que los demás le dieran alcance antes de que los alienígenas descubrieran el embuste.

—¡Los cargaré a ambos! —propuso el mayor.

—¡Calculé el tiempo, no es necesario! —lo cierto es que llegarían con tiempo de sobra, y por mucho.

—¡No importa, al menos llevaré a Sónico!

—¡Puedo hacerlo! ¡No se preocupe!

Lo que el rubio no parecía entender era que Satiama no se ofrecía a cargarlo por ahorrarle esfuerzo o economizar tiempo, estaba desesperado por separar a su aprendiz de esa resbalosa sanguijuela, quien aprovechaba su posición para aferrarse a la espalda del contrario, abrazándole del cuello y encima dedicándole una egocéntrica sonrisa triunfal a su adversario.

Si al inicio no se había quejado de ello era porque más tardó en asimilar las intenciones del ninja que la puesta en marcha. Ahora intentaba no mostrarse tan afectado, pero había mordido el anzuelo y Sónico se regodeaba con esos celos imposibles de disimular.

Desafortunadamente, el peor de sus problemas se hallaba en el ambiente exterior. Optar por la línea recta era el camino más corto, pero no por ello el menos arriesgado.

—Maestro... —le sujetó del brazo y se detuvo precipitadamente.

—¿Qué ocurre? —notó un miedo inusual en sus ojos ambarinos, pero, ¿infundado en qué? Volteó la mirada en todas direcciones y se dio cuenta que estaban rodeados por telares metálicos.

—Estuvimos a punto de tocarlos —contuvo el aliento un segundo, y tragó saliva.

Saitama detectaba enemigos mucho antes que el androide, pero esta era una excepción puesto que no se trataba de un enemigo como tal.

—¿Telarañas? —el pelinegro extendió su brazo, hasta tocar aquellos finos retazos con la yema de sus dedos.

Genos creía firmemente que la piel del incauto sería lacerada al más mínimo contacto, pero dada su inesperada elasticidad produjo en cambio un sonido tan intenso que cubrirse los oídos no previno de la sordera temporal a ninguno de los tres. El sitio retumbó por efecto de las ondas expansivas. Era un hecho que al menos uno gritó, y sin embargo el sonido fue nulo pues se desvaneció al igual que todo pensamiento coherente. Pronto el firme terreno bajo sus pies se pandeó. Algo lo ablandaba, o más bien lo derretía hasta convertirlo en un líquido glutinoso.

"Estamos perdidos", pensó Sónico, sujetándose a una roca que se desmoronaba cual arena apelmazada. Las siluetas de los demás se mezclaban con el marrón y las tonalidades verdosas de la vegetación. Estaba seguro que el suelo se abrió y por ende los otros habían sido tragados por la tierra, así que cerró los ojos y aguantó la respiración, esperando su turno.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora