CAPÍTULO 14. ESCONDITE DESÉRTICO (PARTE 2)

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En el desierto la noche transcurría fría, engañosamente parsimoniosa y taciturna. Tal como lo había prometido, el alienígena no demoró en regresar al lado de Genos.

—Sé la fecha exacta en que ustedes llegaron.

—¿Ah sí? —preguntó sin darle mucha importancia.

—La restricción de acceso a esta zona experimental tiene relativamente poco. Ustedes lograron entrar sin aparecer en el registro como intrusos, aun cuando la nave debió levantar sospechas. Pero quedaron atrapados aquí, lo cual significa que las medidas se implementaron después de que traspasaran el linde.

—Me temo que sí. Aunque no es una prisión tan desagradable, a final de cuentas te acostumbras.

La intuición de Genos le decía que sí hubieran podido salir. Quizás no de esa zona hacia la civilización, sino directamente al espacio. Pero había muchos cabos sueltos y tampoco podía preguntar detalles respecto al verdadero objetivo de quedarse puesto que no obtendría una respuesta fiable.

Por su parte, omitió la mención de los chips incrustados en todos los superhéroes. Éstos eran los que interferían la señal de los sensores instalados en el perímetro. Dichos circuitos tienen varias funciones para la asociación, desde un control en el registro, datos personales e historial, hasta un avanzado sistema de localización y seguimiento computarizado de operaciones. Sin embargo, los permisos para acceder a la información dependen del rango de autoridad; para mayor seguridad de los usuarios el acceso se rige conforme al escalafón. Por ende, la mayor parte del personal encargado de vigilar la entrada y salida de individuos no puede saber la identidad de los sujetos, sólo están al tanto del momento en que alguien cruza los límites y el sistema les indica si cuentan con autorización o no.

Algo que el androide tenía muy en claro era que en realidad lo difícil no era entrar a la zona experimental, sino salir de ella. Incluso Sónico pensó que se había infiltrado desde poniente, pero no había pasado desapercibido. Lo que le salvaría el pellejo al salir, sería el permiso que el rubio solicitó. Así, el chip de reo que consiguió tiempo atrás por haber estado preso le valdría como pase temporal.

El personal a cargo rara vez recibe una orden específica. Por lo tanto es quien decide si enviar refuerzos en busca del intruso inmediatamente, esperar a que muera en manos del inhóspito ecosistema o activar uno de los detonantes subterráneos del perímetro para hacerlo volar en mil pedazos en cuanto intente salir.

—¿Cómo escaparon de la cueva? —preguntó el falso Genos con impaciencia.

—Deberías saber que Saitama pulverizó las cápsulas. ¿Eran muy importantes? —inquirió con acritud y después concluyó—: Te molesta que descubriéramos algo que ignoras y que encima te concierne por completo, ¿verdad?

—Fuiste tú, ¿no es así? Quien descubrió la manera de librarse de los catalizadores —interpretó su silencio como un sí—. Pero es algo que no puedes hacer estando solo.

El cyborg enfrentaba su mirada sin un ápice de miedo.

—Tienes razón. Si pudiera ya habría escapado de aquí.

No tenía caso seguir devanándose los sesos tratando de descubrir el secreto, y de todas formas su rehén se adelantó en preguntar algo más.

—¿Ustedes tienen nombre?

—¿Disculpa? —le extrañó el cuestionamiento.

—¿Tienen algún nombre para distinguirse entre ustedes? —Todo el tiempo había estado pendiente de la pérdida de sensibilidad, moviendo diferentes partes de su cuerpo, como los dedos de la mano—. Hasta ahora sólo han copiado nuestra apariencia. Pero supongo que tienen identidad propia.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora