CAPÍTULO 46. EXEQUIAS

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—Es una lástima que terminara así.

Saitama escuchaba a Bang sin exteriorizar una opinión de momento.

—Imagino que te sientes culpable por todo esto —no solamente hacía alusión a la deprimente escena tras el cristal, donde Tatsumaki sufría la pérdida del difunto dragón de hielo—. La mayoría murió en batalla y ni siquiera tendrán una sepultura digna... Si tan sólo hubiéramos podido recuperar sus cenizas.

»Pero no te culpes por ello. Hiciste lo que estaba en tus manos.

—No fue suficiente —habló por fin, notablemente molesto consigo mismo—. No fui yo quien acabó con ese maldito. Y esta vez, sí que me arrepiento de no haber sido invencible.

—¡Quién diría que llegaría el día! —disimuló una risita socarrona—. Vamos, chico, no te recrimines algo que no vale la pena. Todos fuimos víctimas de una sucia artimaña, y nos dejó en una desventaja garrafal.

—¿Se supone que eso me haga sentir mejor? —preguntó incrédulo, y el veterano se alzó de hombros.

—No estoy seguro de qué te tiene más irritado: que Genos se diera cuenta antes que tú de la única cosa que podía impedir el objetivo del alien, o el hecho de que la intervención de ese ninja rastrero contribuyera en gran medida a destruirlo... Por no decir que es gracias a él que ahora esté muerto.

Saitama torció la boca, denotando su encarecido disgusto.

"Así que ambas".

—A veces, hasta un transgresor de la ley nos puede dar una grata sorpresa.

—Sónico no es de fiar.

—Es un canalla, estoy de acuerdo. Y no quisiera admitirlo, pero reconozco que eso no anula lo que hizo.

—Stinger debe estar muy orgulloso —entornó los ojos, antipático.

Irónicamente, la esper no le había dicho nada al respecto al Clase A, pero Bang supuso que tarde o temprano se enteraría.

Saitama miró de soslayo, distrayéndose con algo que aparentemente sólo él percibía.

—Llevará al dragón a la zona experimental para sepultarlo bajo la nieve —se puso de pie en cuanto soltó la frase.

—¿Te lo dijo telepáticamente?

El héroe asintió y se movilizó al instante, persuadido por un segundo aviso de la chica asegurándole que Genos estaba a punto de llegar.

Y efectivamente, los héroes que hacía falta trasladar desde el centro médico, así como varios colaboradores y subalternos de Tatsumaki, llegaron en cuatro voluminosas y muy llamativas furgonetas.

Saitama fue al encuentro de su aprendiz en cuanto lo vio descender del vehículo.

—Maestro, discúlpeme... —fue recibido con un beso nada discreto e increíblemente urgente.

Le robó el aliento como si existiera una mínima oportunidad de que alguna fuerza sobrenatural los separara en un parpadeo.

—¡No vuelvas a asustarme así! —el mayor tenía la cara roja hasta las orejas, pero era difícil distinguir si se debía a la frustración, el beso, o ambos.

—Perdón. Yo no...

—¡¿De qué demonios te disculpas?! —refunfuñó, y volvió a besarlo efusivamente.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora