CAPÍTULO 27. AMABLE FRIVOLIDAD

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Al regresar a la habitación, encontraron un cómodo pijama de algodón, debidamente doblado y acomodado sobre el colchón. Para ese momento Saitama no tenía la menor duda de que Rider se lo había dejado, y aunque prefería hacerse el desentendido y rechazar el ofrecimiento, Genos se adelantó en coger una pequeña nota que estaba encima.

—Querido Saitama... —leyó de entrada, pero se detuvo al instante. Transcurrió apenas un segundo para que desviara la mirada hacia el mayor, y le diera la hoja—. Es para usted.

El aludido frunció el ceño y torció la boca con cierto recelo.

—No necesito un pijama —masculló entre dientes, haciendo un escaneo presuroso. Y como si de un objeto en llamas se tratase, arrugó el papel en cuanto finalizó la frase: "Perdón por lo que hice, no debí".

Le invadió una sensación de vértigo. Era obvio que Genos vio el mensaje completo a pesar de no haberlo leído en voz alta, pero ojalá supiera cómo interpretó esa parte.

—Se ve muy cómodo, no veo por qué no deba aceptarlo.

—No —contestó monocorde, con un nerviosismo muy mal disimulado.

—¿...Se encuentra bien, sensei?

—¿Y por qué no lo estaría? —soltó bruscamente, como si le hubiera exigido una justificación, acorralándole.

El rubio remitió la mirada inquisidora al confirmar lo alterado que se encontraba.

No quería admitir que se avergonzaba de no habérselo dicho. Pero, ¿por qué no lo había hecho si ese beso no significó nada? Quizás sólo temía a su reacción. Algo que tampoco tenía sentido tratándose de Genos. Y vaya que después del obsequio y ese mensaje no tendría caso tratar de olvidar lo que ocurrió.

—Lavaré las cobijas —el rubio prefirió no volver a cuestionarlo.

Antes de salir en dirección al comedor, se vistió con un pants holgado color azul marino y una camiseta cobalto sin mangas, ceñida al cuerpo; uno de varios cambios de ropa que le había dejado el Dr. Kuseno—. Yo insisto que debería probárselo. El color celeste le queda muy bien.

Le dedicó una sonrisa sincera a su maestro, quien había mantenido el trozo de papel apretado con fuerza en su puño, y no lo desechó hasta que finalmente se marchó, arrojándolo al cesto de basura junto a la cama.

Genos fue directo a un pequeño patio donde encontró una pila para lavar. A estas alturas ya tenía la estructura de la casa en su base de datos, y la distribución de las piezas no era tan difícil de adivinar.

Aunque no había espacio suficiente, ni tampoco sogas o alambres para colgar las cobijas, pero no demoró en vislumbrar el entramado del cobertizo. Y pensar que allí se encontraría al majestuoso tigre dientes de sable, ostentando su brillante melena albina como una ilusión disonante con el entorno de Ciudad Z.

—¡Hola amigo! Cuánto tiempo sin verte.

En cuanto terminó de tender las cobijas, se acercó a acariciarlo. Silver no estaba echado en el piso, sino apoyado en sus cuartos traseros con la cabeza en alto, atento a algo en particular. Aunque eso no impidió que emitiera una especie de ronroneo gutural en reconocimiento y aprecio.

—¿Qué es lo que ves?

Su sonrisa titubeó al descubrir a la pequeña ave atrapada en la enorme jaula. La reconoció de inmediato y demasiadas cosas pasaron por su cabeza en un parpadeo.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora