CAPÍTULO 28. ¿POR QUÉ LO BESASTE?

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—¿Qué estás dispuesto a hacer por Saitama?

Rider no respondió de inmediato. La pregunta le tomó por sorpresa, y más aún por el tono demandante con que había sido formulada.

—...

—¿Nada?

—Disculpa, yo... —El origen de su confusión y perplejidad momentánea yacía en la intención detrás de aquella pregunta. Sin embargo replicó—: Haría cualquier cosa por él.

—¿Lo que fuera?

—Así es. —El nerviosismo latente languidecía la gravedad de sus palabras, mas no su convicción.

Una desagradable sensación gélida le recorrió la espina dorsal. De pronto se sentía como un espécimen de estudio bajo el objetivo de un microscopio, o quizás, una presa sacrificable acechada desde la mirilla de un rifle. Dicha posibilidad le aterraba sobremanera. ¿Cómo saber si Genos cuestionaba su fiabilidad como aliado, o si por el contrario sólo intentaba escudriñar en sus sentimientos personales?

—Entonces, ¿por qué dudaste? —frunció el ceño—. Te veo asustado.

Y vaya que lo estaba. Lo que menos quería era tener problemas con la pareja del hombre que amaba. Cualquier cosa que dijera podría tergiversarse y ser usada en su contra. O así lo percibía cuanto menos.

—...

—Saitama confía demasiado en ti —recargó los codos sobre las rodillas, inclinándose hacia el frente, y enfatizó—: Sólo en ti.

—No. También en ti —se apresuró a decir en un penoso atropello de sílabas—. Confía en ambos. No sólo en mí.

De pronto le costaba respirar con normalidad y tenía la frente perlada en sudor.

—Eso es distinto —sonrió—. Nos tenemos el uno al otro desde hace tiempo.

—...

—¿No te agrada? Que estemos juntos.

—N-No. Quiero decir... sí. Me refiero... a que no me molesta —mintió. Su cabeza estaba hecha un lío y no sabía hasta qué punto podría ser sincero, aunque si pudiera elegir y controlar sus sentimientos, preferiría que dicha afirmación fuese verdad.

El rubio volvió a recargarse en el respaldo del sillón, adoptando una postura más relajada.

—Tú no tienes nada que ver con nosotros.

—Lo sé —aceptó sin más, abrumado por un doloroso vacío interno.

—¿Por qué lo besaste?

Y fue entonces cuando su estómago se contrajo y deseó con todas sus fuerzas no haber cometido ese terrible error. Si sólo hubiera confesado sus sentimientos le eximiría de toda culpa, pero tenía que haber cruzado un límite físico cuando el amor que sentía ni siquiera era correspondido.

—No debí hacerlo...

—Sabes —le interrumpió—, lo que me molesta no es que lo besaras en sí, sino que ambos tenían pensado guardar el secreto.

—Por supuesto que no. En verdad no debí hacerlo. Además, no hay nada que ocultar porque no hay nada entre Saitama y yo. —"Él no me ve de la misma manera", pensó. Y con toda la reticencia de su voluntad y el pesar de su corazón, aseguró—: Te ama a ti.

Había desviado la mirada de esos ojos ambarinos que, aunque no le acribillaran como cuchillas, sí que poseían un filo peculiar.

—Eso jamás lo pondría en duda. Pero tú también lo amas.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora