CAPÍTULO 33. LASCIVIA

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Sentía el cuerpo adormecido, demasiado liviano, como una pluma dejándose llevar por el viento en un descenso inevitable, pero tardío.

No veía nada a su alrededor, ni seres vivos, ni objetos, ni siquiera la luz o la inquietante ausencia de ésta. Era tan confuso ser consciente de sí mismo, poder afirmar que tenía los ojos abiertos pero no ser capaz de reconocer su entorno. Una limitación ontológica, donde la mente humana siempre se ocupa de llenar el vacío con asociaciones icónicas.

Cual lienzo a su disposición, trazó un panorama artificial. Era un bello día luminoso, compuesto por un cielo azul extendiéndose sin límites y colmado de nubes blancas, algo que sin duda evocaba al planeta Tierra. Se aferró a los elementos que conocía, a su forma y composición, a las texturas y, más aún, a una apremiante sensación de libertad... el aire impoluto refrescaba su piel e inundaba sus pulmones en un proceso físico que reafirmaba su humanidad.

—Es un clima agradable.

Escuchar la voz de Genos era el estímulo auditivo que necesitaba para que su corazón se detuviera, y reanudara el ritmo con un golpeteo intenso. Le obligó a concebir la ausencia parcial de gravedad por la que ambos levitaban a esa altura, tan distante de la superficie. Bajo sus pies distinguió un borrón de ciudades apiñadas, bosques, montañas y mantos acuíferos. Todo estaba en orden. Y aunque le invadió un vértigo envolvente y mezquino, sabía que no se debía a la pronunciada altitud. A diferencia de la gran mayoría de los superhéroes de bajo o mediano rango, no le aterraba la idea de una aparatosa caída incidental.

—¿Puedo acercarme? —sonrió, y lo hizo.

Fue como si indagara en sus pensamientos y no tuviera que aguardar por una respuesta verbal.

—Te gusta, ¿no? —acarició su mejilla, hipnotizándole con esa mirada ambarina que tanto amaba—. Este clima transmite una paz instantánea.

Tenía razón. Disfrutaban de una brisa fresca y ligera, aunado a los tenues rayos del sol que, receloso, ocultaba su magnificencia tras un suave cúmulo de nubes.

"¿Por qué estamos aquí?" preguntó sin voz. Los labios de Saitama se movieron pero las palabras no surgían de su boca. Palpó su cuello, y aunque volvió a intentarlo, no funcionó.

—No tienes que hablar. Sé lo que piensas y también lo que sientes... O al menos estoy seguro de que viviremos el tiempo suficiente para que podamos conocernos hasta ese punto.

Quién diría que su felicidad sucumbiría al observar detenidamente aquel rostro que creyó conocido. Sus rasgos se tornaron sombríos y desagradables. La sonrisa envilecida y esa cruda mirada, le recordaban a alguien más.

—Lo único que me interesa es que estemos juntos para siempre.

Se deslizó en el aire con un movimiento ligero, envolviendo a Saitama con su brazo para sujetarle el hombro y halar su cuerpo en un ademán posesivo.

—Me pregunto por qué lo hiciste.

El héroe supo perfectamente a qué se refería, así que le contestó: "Me habrías buscado de todas formas. Además, no soy un cobarde que prefiera esconderse".

—¿Y que yo te mate hará las cosas más fáciles para tus amiguitos?

"No vas a matarme. Lo habrías hecho desde un principio".

—Cierto. Pero dime una cosa, ¿crees en la reencarnación? —musitó en su oreja, desprendiendo un cálido aliento que le hizo cosquillas en la nuca—. Yo más bien creo en la inmortalidad. Pero no todos pueden alcanzarla.

ENCUENTRO INUSITADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora