Carta 23

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Never let me go, Florence and the Machine.


Querida Edurne,

Floto en un vacío lleno, en aguas claras y turbias y en olas suaves y ásperas. En efecto Edurne, yo, que me creía una chica gris, acabé siendo negra y blanca; un contraste que respira.

Conté hasta tres y me tiré de espaldas desde lo alto del acantilado, allí donde el río que seguía me llevó. Podrías pensar que soy valiente por hacerlo, pero también podrías pensar todo lo contrario, ya que me di la vuelta debido al miedo de ver lo que me esperaba.

¡Oh! Caí muy rápido y los fríos brazos del océano me cogieron y me arrastraron hasta el fondo de éste.

Sonia, quien hasta ese día se sentaba a mi lado en francés (en una fila horizontal con ocho mesas juntas y solo una persona más en otra de ellas), se sentó una fila atrás junto con el grupo koala.

Se supone que ya lo había admitido, que ya lo había superado. Me equivoqué, pues en ese instante sentí cómo me pegaban una patada en el estómago.

¡Dios! Fue tan ridículo, tan palpable e ilustrativo que se me hizo insoportable seguir contemplando la escena. Yo, en una punta de la fila y un chico en la otra; detrás de nosotros: gente riéndose ajena a la realidad.

Me picaron los ojos y por fin llegó la profesora. Pensé que iba a ser capaz de estar atenta y que no iba a permitir que las Koalas me bajasen el ánimo, pero, otra vez más, sucedió lo contrario.

Desde abajo observo el constante movimiento del agua. Dejo escapar el aire que le queda a mis pulmones, creando dos pequeñas pompas que ascienden hacia la superficie y la veo:

Veo a la luna sumergirse conmigo y fracturarse al chocar contra su blanco reflejo. Halos de su luz alcanzan y rozan mi piel, haciendo que me dé cuenta de lo bella que se ve tanto dentro de las profundidades del mar, como afuera, en la superficie.

La nana que aquí canta el murmullo del vaivén de la marea ya fue cantada por las hermosas sirenas, quienes ahogaban a los hombres con su frío pero dulce canto.

Mas yo no quería dejar de existir, no quería perderme en aquella melodía, solo deseaba permanecer allí un poquito más, dado que la paz de aquel azul me mecía a un son agradable.

Sigo sola la gran parte del tiempo, aunque no sé si realmente eso me importa. Ya no distingo la realidad de la ficción, la verdad del engaño y el exterior del lecho marino. Lo único que tengo claro es que esté donde esté, no me encuentro mal.

Sigo esperando que alguien me rescate, pero ya no lo hago con fervor.

Me hundo, sí, pero no me rindo, solo estoy sucumbiendo a este estado interior mientras me deslizo hacia el fondo.

Supongo que a estas alturas Ryan no regresará, pero yo le sigo susurrando todas las noches "Nunca me dejes ir"; porque mantengo la esperanza de abandonar este lugar y volver a la orilla.

Aunque la presión del agua es difícil de soportar, es la única manera que tengo de escapar del mundo que me rodea.

Los rayos no me hieren cuando todo se rompe sobre mí,

Amanda.

Hola RyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora