Carta 24

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Wish that you were here, Florence and the Machine.

Querida Edurne,

Ya hace tiempo que me hundí.

El agua fría entumeció mi cuerpo; empezó con mis dedos y acabó con mis pensamientos. Se mezclaron sentimientos, se disiparon bajo la densidad del añil.

Las sirenas jugaron con mis sentidos, adornaron con algas y anémonas mis emociones, atándolas bien fuerte a mi cuerpo, el cual anclaron a la arena sumergida en las sombras.

Oh sí Edurne, como ves, ya hace tiempo que me hundí.

Mi pecho ardía en una confusión agradable, en un punto muerto de la vida; mas las chispas que éste despedía se apagaban rápidamente y, poco a poco, me hacía más y más pesada.

Grité y tragué agua, lloré y la hice salada; un completo y hermoso sinsentido.

¿Qué me pasaba? No lo sé, pero algo en mí se rompió como el collar de perlas de aquella sirena que por accidente se ahorcó con él.

El sol brillaba allí donde se respiraba aire e intenté escapar, cambiar, nadar hacia ella como si se tratase de un insecto volando en busca de la luz.

Nunca me importó estar sola en esta dulce inmensidad, pero ahora el fuego palpitaba en mi corazón y deseé volver a casa.

Mi murmullo se alzó sobre todas aquellas voces marinas que me habían dejado desde hacía tiempo sin palabras. Tatareé una melodía y acabé cantando con mucha más intensidad que las criaturas que allí habitaban.

El naranja brillante me sacudía el cuerpo, impulsándome hacía arriba.

Alcé los brazos e intenté coger aquel trozo de mi alma que flotaba en la superficie. Sin embargo, por desgracia, seguía demasiado lejos.

El faro de la costa iluminaba mis sueños cuando la noche se cernía sobre mis débiles huesos.

Lo sentí; sentí como volvía a caer. Mis oídos pitaban y apenas podía oír cómo sonaba mi derrota. Aun así, no me rendí, pataleé con los pies, intentando ascender; queriendo salir de allí.

Toqué la superficie con la punta del dedo corazón y elevé la mano por encima de mi cabeza. Un suave viento pasó por entre mis dedos, los cuales acarició con dulzura.

Miré hacia abajo antes de despedirme del infinito y amable océano que me había dejado hibernar hasta llegar a verme preparada para salir.

Hice fuerza con los músculos de mis piernas y di un pequeño saltito, abandonando el líquido acuoso.

Cogí aire, ese que se había evaporado de mis pulmones hacía tiempo.

El pelo me cubría la cara y se pegaba a mis pálidas mejillas, me lo aparté con cuidado de esta y sonreí al descubrir el impresionante paisaje de nubes pastando en un azul blanquecino.

Me dejé flotar y mis oídos se destaponaron con una voz familiar que hizo que se me saltasen las lágrimas. "¿Amanda?" dijo y su voz fue desapareciendo mientras surcábamos las olas de lo desconocido.

Una gota cosquilleó en mis labios y volví a cantar aquella cancioncilla con la esperanza de que el viento del pacífico le susurrase al oído cuánto le había echado de menos.

Donde el horizonte se divide en dos,

Amanda.

Hola RyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora