CAPITULO 12: LAS SIETE PLAGAS, GENESIS DE UNA NUEVA VIDA

3.3K 51 1
                                    

 CAPÍTULO DOCE

LAS SIETE PLAGAS, GÉNESIS DE UNA NUEVA VIDA

Catalina:

Sin haber cometido delito alguno, he sido recluida en una correccional para niñas delincuentes. Yo, que en la vida no he matado una hormiga ni me he robado un centavo, ahora estoy compartiendo con ladronas, estafadoras y hasta matonas de todas las calañas. La directora, que es una mujer de unos 45 años, expresión adusta y cuerpo boteriano, me recibe con gritos y amenazas y le pide a las guardianas que me traten como merezco porque "Vengo recomendada".

Y recomendada me llevan al lugar de reclusión. Puedo decir que mi primer paso dentro de la habitación donde me tocó dormir partió mi vida en dos. De repente siento mil ojos observándome. En medio del silencio escucho voces y risas contenidas. Y, a partir de entonces, todo es como en el Génesis de la Biblia, que para todos lados carga mi mamá.

La lujuria

El primer día, la vida dijo hágase la lujuria y la lujuria fue hecha. Junto a la cama donde me tocó dormir, dos niñas se besan mientras mueven con ansiedad sus manos bajo las sábanas. Me cubro el rostro con mi manta y lloro de tristeza, lloro de rabia, lloro de impotencia. Es la primera noche que paso alejada de mis padres. Lloro de miedo al saberme del otro lado de la raya amarilla. Lloro de rabia por haber violado la advertencia que por años me hiciera mamá. Lloro de pena al descubrir que sus palabras eran ciertas. Lloro de terror cuando Mariana, la más antigua del reformatorio, me pide bajo amenazas que le abra un campo en mi cama.

—Corra para allá parcera, si no quiere que le raye esa carita tan rechimba que tiene.

—Por favor, déjeme en paz. Yo a usted no le he hecho nada.

—Cómo que no, miren a esta... Acaba de enamorarme, le parece poco...

—Por favor. Le suplico que me deje en paz —le digo y lloro de miedo.

—Eso, así me gusta. Siga llorando, mamacita, porque su miedo me alimenta, me causa vértigo, le pone adrenalina al asunto.

Entonces me empieza a tocar. Le pido que no lo haga.

—No, por favor. No, por favor. No me haga nada, por favor...

—Siga diciendo "No, por favor". "No, por favor". Esa es la palabra que más me excita, mamacita. Cuando mis noviecitas la pronuncian me excito más.

Me quedo callada. No sé qué decir, pero no quiero que me toque. Es asqueroso. Entonces dejo de llorar y me dedico a orar mientras repito como lora las palabras mágicas que alborotan aún más a Marianita: "No, por favor". "No, por favor". "No, por favor". Mientras ofrezco a Jesús mi sufrimiento, mientras pregunto a Dios sobre el por qué de mi desgracia, mis genitales sienten, por primera vez en la vida, manos distintas a las de mamá. Trato de reaccionar para evitarlo, pero en segundos siento mis brazos y mis piernas aprisionadas por otras cuatro compañeras de Mariana.

La tristeza

En el segundo día, la vida dijo hágase la tristeza y la tristeza se hizo verdad ante mis ojos. Desde el amanecer soy objeto de burlas. Me dicen que soy la "mujercita" de la dura. Me siento sucia, me siento inmunda. Las lágrimas aquí son inútiles, no sirven para nada. Mientras desayuno, mientras almuerzo, mientras me siento en la asquerosa taza del baño o mientras camino por el patio sin aceptar amistades, pienso y pienso, y pienso en mis papás y en Nancho. Quiero conocer su suerte, saber que están vivos, saber que volveré a verlos algún día, pero la misión de mis compañeras no parece ser otra que la de hacerme la vida imposible. Trato de hacerlas amigas, pero me rechazan.

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora