CAPÍTULO DIECINUEVE
RECORRIENDO LOS PASOS DE CATALINA LA GRANDE
Catalina:
Haberme enterado de que los abusos de Mariana dentro de la correccional habían sido ordenados por Yésica. Haber escuchado el nombre de Hernán Darío con esa seguridad y esa familiaridad con las que lo pronunció Daniela. Recibir una nueva humillación y nuevas amenazas de parte de la Diabla, rebosó la copa de mi paciencia. De algún modo debía acelerar mi venganza. A como diera lugar, tenía que conseguir el dinero para mandar a matar a las Diablas. Mi odio no daba espera.
Entonces busqué a Martina a la salida del colegio donde siempre solía esperarme, pero no la encontré. Valentina y Adriana me dijeron que estaba de rumba en la finca de un duro. Una de esas fiestas que duran la semana completa y en la que confluye la farándula local con uno que otro artista internacional. Les conté que Martina me había hablado de un hombre que compraba mi virginidad y que, después de pensarlo muy bien, estaba dispuesta a hacerlo.
—Estás loca —me dijeron aterradas y casi en coro.
—A lo mejor sí y lo que menos me interesa ahora es que se me pase la locura —les advertí.
—Te van a matar, Catalina. ¿No sabes con quién te estás enfrentando? Mi mamá dice que esa vieja es mala, que es capaz de todo y de más —aseguró Adriana con angustia. Valentina se pegó al coro:
—A esa vieja no le importa llevarse por delante al que sea, Catalina. Ya deje eso así y dedíquese a vivir, hermana.
—A lo mejor tengan razón en todo lo que dicen, pero en vez de bajarme la moral, necesito que me ayuden, que me den ánimo, que me ayuden a planear las cosas.
—Haga cualquier cosa menos putearse, Catalina —aconsejó Valentina.
—No me imagino debajo de un hombre y menos de uno que no conozca y menos de un narcotraficante y menos de un asesino de esos que se acuestan con una cada día. Qué asco —dijo Adriana, dramatizando su real asco.
Entonces se fajaron en argumentos para que desechara la idea. Me contaron que la primera vez de una mujer era un acto hermoso y sublime que no podía realizarse sin por lo menos una tonelada de amor y un millón de mariposas revoloteando dentro del vientre. Que entregarle la virginidad a un hombre solo podía asemejarse a la primera comunión ante Dios y que, por ningún motivo la fuera a vender porque si había algo que no se podía vender en la vida, ese algo era el himen, el gran trofeo que solo merecen los campeones. Que buscara a ese campeón, que lo premiara y lo idolatrara y se lo entregara a él.
Qué bonitas, pensé. Y mamá creyendo que ellas eran los monstruos. Les dije que yo no sentía amor por nadie, que ya no creía en campeones porque el campeón al que le había apostado se había marchado sin ni siquiera tener la decencia de despedirse o pegarme una patada por el culo. Y que perder la virginidad no significaba la rotura de una telita elástica conformada por tejidos resistentes al deseo, sino, el enterarse que el amor es una mentira.
Entonces me dijeron que si esa era mi decisión y no pensaba cambiarla, hablarían con Martina para que al menos me consiguiera un viejo considerado. Me dijeron que ella era la precisa "para esa vuelta" porque ya era de conocimiento público que la hija de Paola se estaba convirtiendo en la proxeneta más famosa del barrio.
—Tenemos que pedirle que te consiga un cliente que pague por esa primera vez, lo que realmente vale una primera vez —opinó Adriana.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
De TodoCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...