CAPÍTULO DIEZ
LA METAMORFOSIS
Catalina:
Le pregunté a papá a cerca de ese señor extraño que me observaba como si se le hubiera aparecido la virgen y me dijo, guardando en su billetera su tarjeta personal, que él era "un amigo del pasado". Me sorprendió su mirada. Nunca nadie me había mirado así. Sentí como si quisiera devorarme con sus ojos. Una cara parecida a la que pone Omaira cuando le llevo cocadas al colegio. Le encanta el dulce. Entonces quise saber a qué había venido ese hombre elegante por segunda vez a mi casa y me dijo que a dejarnos una carta que mi hermana Catalina "la grande" nos había escrito antes de morir, pero que ni él ni mamá estaban interesados en abrir heridas del pasado, por lo que de mutuo acuerdo habían decidido no abrirla jamás.
Supuse que lo hacían bien, porque nada bueno puede estar escrito en una carta cuyo mensajero, quince años después, no es más que un desvestidor de mujeres. Cuando me recorrió de palmo a palmo con su mirada lujuriosa empecé a notar que había cambios en mi cuerpo. Hasta ese día los hice consciente porque Hernán Darío jamás me ha mirado con ojos de cazador. Sus miradas son dulces, hermosas, brillosas. Nunca me mira a otro lugar distinto a mis ojos.
Mis piernas empezaron a alargarse y a tornearse, mis caderas a ensancharse, mi cabello largo y liso a ondularse en las puntas, mi cintura, que podía caber en las manos de Hernán Darío no quiso crecer más como tampoco mis senos que sin embargo se endurecieron como peras verdes. No crecieron mucho pero mamá me enseñó a sentirme orgullosa de ellos.
—Te vas a ahorrar mucha plata en brasieres mamita — me soltó un día, como si eso me interesara, y completó la explicación diciéndome—: nada como correr libre, sin el peso de dos melones inmensos en el pecho.
Entonces aproveché sus mismas palabras para protestar:
—¿Es que acaso algún día yo voy a poder correr libre?
Nuevamente se quedó callada.
Otro día, para que yo no sintiera complejo de mis tetas chicas, me dijo:
—Dios te recompensó con el rostro más bonito y el cuerpo más lindo que he visto en toda mi vida y no te lo digo por adularte. Si no me crees, pregúntale a los de la junta de acción comunal, que llevan meses rogándome que te preste para participar en el reinado del barrio.
—¿De verdad quieren que yo sea la reina del barrio? — Pregunté halagada.
—No es que quieran que tú seas la reina del barrio, mi amor. Tú ya eres la reina del barrio, lo que quieren es mi permiso —me aseguró y agregó—: La que gane va al departamental.
Me entusiasmé con la posibilidad de concursar por mi interés de conocer lugares distintos a las paredes de mi casa, pero lo demás no me importaba. Creo que debe ser algo humillante para cualquier mujer que se respete sentir una horda de ojos morbosos recorriéndole desde el menor defecto hasta la mayor virtud.
—¿Me vas a dejar participar? —Le pregunté por probar sus reales intenciones, pero nuevamente se quedó callada. El silencio era su mejor arma para envolatar aquellas preguntas difíciles de eludir.
En realidad no me siento una reina, aunque el mío es un rostro bonito, pero también coqueto, contra mi voluntad. Mi cuerpo, según los piropos que recibo por la calle cuando acompaño a mamá a comprar mercado o a pagar los recibos de los servicios, es pecaminoso. Cuando me miran por delante, los hombres me adulan con frases de cajón como "¿De qué película te escapaste, mi amor?", o "No sabía que los ángeles del cielo se estaban cayendo", pero cuando me miran por detrás me expresan cualquier cantidad de vulgaridades relacionadas con mi trasero. Si las contara, la menos fuerte sonaría escandalosa.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
LosoweCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...