CAPÍTULO VEINTISIETE
LA CASA ESTÁ MÁS TRISTE DE LO QUE ES
Albeiro:
La casa está triste. Más triste que antes. Más triste de lo que ya era. Más triste de lo que siempre ha sido. Hilda llora inconsolable. El barrio está convulsionado. Catalina lleva dos semanas y dos días desaparecida y nadie la ha visto. Sus dos mejores amigas tampoco aparecen desde ayer. Los libros de mi niña siguen durmiendo debajo de su colchón y su uniforme escolar sigue colgado de un gancho de alambre asido a una puntilla de acero que sobresale de la pared. Fui esta mañana al colegio a ver si veía a las hijas de Ximena y Vanessa, pero la directora del plantel me dijo que no fueron a estudiar hoy. De Catalina me dice que si no regresa máximo en una semana a clases, perderá el año. Es una lástima porque es su último año. La soñaba graduándose de bachiller con su toga y su birrete adornando esa sonrisa hermosa que tiene.
Hilda cree que Yésica mandó a desaparecer a Catalina para que Daniela gane el reinado y ahora a sus amigas por haber sido testigos del secuestro. Como si nos interesara el bendito reinado ese. También piensa que Martina se las llevó a putear a Cali o a Bogotá. Con rabia en los ojos me dice que prefiere lo primero.
—Primero otra muerta que otra puta en esta casa.
Aunque no soy tan pesimista, yo estoy a punto de perder la fe. Acaba de irse un nuevo día y con él las esperanzas de que regresen sanas y a salvo a sus casas. Todo es confuso y doloroso. Es como regresar a los tiempos en que Catalina la grande se perdía por semanas, sin decir nada, y pido a Dios que no sea así porque ella siempre aparecía con su sonrisa cínica a saludar, después de meses, como si se hubiera despedido minutos antes.
El tiempo corre y no sabemos qué hacer. Vanessa y Ximena hoy no fueron a trabajar. Están marchitas, ajadas, irreconocibles. Llevan encima el peso de la humillación. Cientos de hombres con sus malas energías las han apagado al punto tal que cuando golpearon en la casa no las reconocimos. Aunque no han sido las mejores madres, también están preocupadas por sus hijas. Hilda les sirve café y las hace sentar en los guacales mientras conversan sobre las medidas que debemos tomar.
—Ya fuimos a todos los hospitales y estaciones de policía de la ciudad y a los de los municipios cercanos. Llevamos dos semanas en esta angustia —les cuento.
—No están ni accidentadas ni enfermas —exclama Hilda, suspirando.
Vanessa y Ximena piden que vayamos a casa de doña Imelda. Conocen a la Diabla mejor que nosotros y saben de lo que es capaz. Deducen que el odio que nos tiene, especialmente a Catalina la pequeña, hizo metástasis en sus hijas y que eso la pudo haber llevado a tomar decisiones radicales.
—Ya fuimos y no conseguimos nada, —les expliqué— la señora muy grosera nos cerró la puerta en la cara.
—Esperemos un poco más. Mañana viene un periodista que nos está ayudando a investigar y él nos puede dar alguna esperanza.
—Yo solo espero un día más, —apunta Ximena— si no aparece me voy a buscarlas en Bogotá. Allá las autoridades no están corrompidas por la Diabla.
—Y yo me voy con Ximena —exclama Vanessa. Se les nota decididas a luchar por lo único que les queda en la vida, el amor de sus hijas.
Todos quedamos de acuerdo y decidimos cumplir el compás de espera.
Un viejo del barrio, le dicen el sabio, nos pide que no nos preocupemos. Con una sonrisa mueca mientras expulsa el humo de un tabaco nos asegura que la mayoría de las desapariciones de jovencitas están relacionadas con fugas amorosas. Hilda pone mala cara. Conociéndola, prefiere que Catalina esté muerta a que se haya fugado con algún mafioso.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
AléatoireCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...