CAPITULO 6: LA DUEÑA DEL MUNDO

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 CAPÍTULO SEIS

LA DUEÑA DEL MUNDO

Daniela:

Yo soy una niña rica. De las que hacen lo que les da la gana. De las que ponen a sus pies al que quieren. De las que tienen lo que desean con tan solo mover un dedo. Eso no significa que sea caprichosa, simplemente me doy mi lugar y mi lugar en esta ciudad es ser la más. La más bonita, la más adinerada, la más operada, la más importante, la más deseada, esa con la que todos quieren estar. Por aquí dicen que estoy de moda y el que no lo crea es un, o una simple envidiosa.

Duélale a quien le duela, soy la hija del que manda en la ciudad y de la que quita y pone en la política, la que quita y pone en la policía, la que quita y pone en la justicia, la que quita y pone en las calles. Aunque el alcalde no es mi propio papá, estoy con él desde que era una bebé. Mi verdadero padre, según mamá, está muerto, aunque por ahí escuché una conversación en la que alguien dijo que estaba preso en los Estados Unidos. A la final no me importa. Con Aníbal me siento segura, más poderosa, más respaldada, siempre me ha tratado bien y no me quiere comer, como los padrastros de varias de mis amigas a sus hijastras.

Por estar de moda, por ser importante, tengo un ejército de tipos detrás de mí. Unos pagos y otros derramando la baba por mí. Podría decir que todos los chicos de la ciudad me desean. Menos uno. Justamente el que no me merece y por eso tengo rabia. Primero por enamorarme del más vaciado, el más pobre, el único muerto de hambre de todos. Y segundo porque a pesar de su notable inferioridad, el imbécil no me copia. Se cree mucho y no es nada. Se llama Hernán Darío. Me da oso decirlo pero es el mensajero de la tienda, el que lleva los domicilios hasta la casa de mi abuela. Allá lo conocí y hasta allá voy cada semana con el cuento de que me encantan las bandejas paisas que prepara mi abuela, aunque ese solo sea un pretexto para verlo. Y el imbécil cada vez más distante. Solo se limita a entregarme el pedido y casi ni habla.

Me cuentan que está enamorado de Catalina, la hija de doña Hilda, la señora más pobre del barrio. Tal para cual. Pobretón con pobretona. Debería dejarlos que sean felices, pero no lo haré. ¿Por qué hacerlo? ¿Acaso no soy lo suficientemente poderosa como para separar algo tan frágil? Lo veremos.

A mí nadie me quita a un hombre y menos una boba tan insignificante como Catalina. Sé que ella se está comiendo el cuento de que es la más bonita del barrio pero las cosas no se miden por los comentarios sino por los resultados. En dos años será el concurso en el que se elegirá a la representante de la ciudad al reinado departamental que elige la reina que va a Miss Colombia. Si es verdad que los viejos verdes del barrio la están proponiendo para reina, ahí lo sabremos.

La pobre no tiene plata ni para depilarse el bigote ni las axilas. En cambio yo puedo quitarme o ponerme lo que quiera sin despelucar las finanzas de mamá. Creo que se le desaparecen varios millones de dólares de su habitación blindada y ni se da cuenta. Porque en mi casa hay seis habitaciones. La que ocupan mis papás, una donde duermo yo, otra donde descansan mis más de 200 pares de zapatos, otra, con muchos armarios donde yo guardo mi ropa, una de huéspedes y una, blindada, con dos claves, puerta de caja fuerte y sin ventanas, en la que mi mamá guarda la plata. A veces las cajas llegan hasta el techo.

—¿Por qué no la metes al banco? —Le pregunto.

—Yo soy el banco —me responde mientras desactiva las siete alarmas que tiene.

Siento que muchos me critican porque hace unos meses, al cumplir los quince años, mi mamá me mandó a hacer varias cirugías. Pura envidia. Fueron solo retoquitos porque tampoco es que yo fuera la más deforme para necesitarlas. Si tuvieran el dinero harían lo mismo. Pero como no tienen dónde caerse muertos se dedican a despotricar de los que tenemos y podemos. Es la manera que tienen de superar sus frustraciones. No me importan sus comentarios, seguiré buscando la perfección porque siempre hay algo que uno se pueda hacer. Los posoperatorios son duros, pero el resultado merece la pena. Solo aspiro a que un día Hernán Darío no se resista a mis encantos y me acepte. Es un reto, porque ni siquiera lo quiero ni me fascina. Solo me gusta un poco. Debe ser porque ha sido el único que me ha tratado como una mierda. Así somos las mujeres. En cambio esos que me conquistan y me mandan flores, chocolates, peluches y poemas pendejos solo reciben mi desprecio. No me mueven. No sé que le ve el mensajero a esa encarcelada, pero ya se me voló el mal genio y dentro de muy poquito les voy a hacer saber, a los dos, quién manda aquí. Así tenga que llegar a las últimas consecuencias ese hombre va a ser mío. Es lo que me ha enseñado mi mamá:

—Lo que es para uno es para uno. Pero si el destino se lo da a otra, hay que arrebatárselo, mamita.

A propósito de mi mamá, voy a encerrarme en un salón de belleza, toda la tarde y parte de la noche, porque está inmamable. Recibió un sobre y no sé qué diablos tenga por dentro pero está volando de la piedra. Y si hay alguien que mete miedo cuando está brava, es ella.


Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora