CAPÍTULO TREINTA
IMPONIENDO RESPETO
Yésica:
Tuve que matar a Gato Gordo. Es la única forma de imponer respeto en este negocio. Es un mensaje para todos los que me trabajan. Que sepan que de mí nadie se burla. Que sepan que a mí nadie me roba, que yo soy la que mando y que a mí nadie me viene a joder. Espero que el escarmiento le sirva a los demás.
Mi mamá me llamó temprano, como nunca lo hace. Y me sacó la piedra. ¿Cómo me va a preguntar si tengo a la hija de doña Hilda, si yo a esa culicagada hijueputa no le he vuelto a hacer nada? Entonces le pregunto que por qué me pregunta eso y me dice que doña Hilda y Albeiro volvieron, pero esta vez con Ximena y Vanessa, a preguntar por sus hijas a la media noche. ¡Qué falta de respeto!
Supongo que están perdidas, pero con lo loquito que es uno a esa edad, seguro andan tirando con los novios en algún rastrojo o en Medellín. Martina me jura que no estaban anoche cuando mis muchachos llegaron a matar a Gato Gordo. No sé si trata de proteger a Catalina o si le da miedo que me entere de que se la había servido en bandeja de plata al traidor ese, pero no cambia su versión.
Cuando mis hombres la encontraron, estaba en la sala de la casa. A Gato Gordo lo mataron en el cuarto principal, pero no había nadie con él. Martina dice que el difunto se la iba a comer a ella y que el vestido cortitico que encontraron mis hombres en el suelo era de ella. Lo dudo, porque a él solo le gustan los virgos y la Martinita ya está más usada que las sandalias del judío errante.
¿Entonces, dónde anda la malparidita esa de la Catalina? Ya son más de dos semanas desaparecida. Martina quedó de entregarme unas fotos suyas en ropa interior, para matonearla en las redes sociales, pero tampoco salió con algo. Me dice que la estúpida se las mandó del cuello para abajo. Me jura que las próximas serán de cuerpo completo y desnuda. Ojalá sea cierto porque si la logramos boletear en Facebook, la sacamos de carrera y no podrá postularse como candidata a nada.
—Mire pues, Martina, que usted está muy caída conmigo —la amenazo— si no me consigue fotos completas de la niñita esa, la saco de la nómina. Gente inepta, ¿para qué?
Se queda callada, pero no se pone nerviosa. Ha aprendido. Es canchera. Para tener dieciséis añitos, sabe mucho. No la mato porque, por mi culpa, Paola está presa en otro país y lo único que me hizo prometerle, a cambio de no involucrarme, es que cuidara de su hija. Pero le exijo porque quiero que sea la segunda Diabla. Ella tiene que aprender el oficio que me dio plata y fama. Tiene que ser tan buena proxeneta como fui yo. Para eso la estoy entrenando desde pequeña.
—Para conseguirle esas fotos primero tiene que aparecer —me dice con lógica, la pendeja. Tiene razón. Por eso llamo a mi esposo para que me investigue con sus funcionarios si saben algo de ella y de sus dos compinches. Aníbal me dice que los papás van a la estación de policía todos los días a denunciar la desaparición, pero que no les han aceptado la denuncia. Y coincide mi marido conmigo en que deben andar puteando. Entonces llamo a Octavio para que me averigüe el chisme. Le digo que vaya a la casa de los Marín y me investigue todo. Como nunca me niega un favor, me dice que ya mismo sale para allá. Le recuerdo que se le está acabando el tiempo para que me saque a esa gente del barrio y me responde que hoy mismo me resuelve lo de la carta. Le digo que si no lo hace, mañana mismo mando a desenterrar mi plata y que se jodan todos.
Otra vuelta que me tiene que hacer es la de hablar con el periodista Cerón. He estado persiguiendo al tipo y no da papaya. No tiene mozas, no tiene vicios raros. No entra a lugares escandalosos. Como que ya aprendió que cuando uno le jode la vida a los demás, debe tener muy pulcra la propia. Le hice hackear sus cuentas en Twitter, en Facebook y en Instagram y no habla cosas raras con nadie. Resultó santurrón el hijo de puta: pero de que le busco la caída, se la busco. Es que si no lo hago, él me la va a encontrar a mí. Me preocupa que el perro fue ayer al barrio, pero se le perdió a los que lo estaban persiguiendo. No he podido averiguar a dónde entró, pero lo voy a saber. Y en últimas, si no encuentro de dónde agarrarlo, me doy la pela y lo mando a matar. En este país de reinados y farándula, los escándalos duran poco, la indignación por la muerte de alguien querido dura menos que la espuma que produce un Alka-Seltzer.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
De TodoCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...