CAPÍTULO DIECISIETE
LOS ANÓNIMOS
Yésica:
Nada de esto hubiera sucedido si a mis manos no llega un sobre de manila con un remitente falso que contenía el acta de matrimonio de Marcial con Catalina. Alguien quiere recordarme que el billete que heredé del viejito no me pertenece. Me importa un culo que Marcial no se haya divorciado legalmente de Catalina. Ese no es mi problema. Tuvimos una hija y eso es lo que cuenta. La fortuna que él me dejó la he multiplicado con negocios que él jamás hizo. Hoy en día, a mi lado, Marcial se vería como un narcotraficante menor.
Sin embargo, me hicieron preocupar y por mi tranquilidad soy capaz de incendiar el mundo, si me toca.
En un principio pensé que la bruja de Doña Hilda, la "comepelados", como le dicen en el barrio, era la que estaba detrás de esos correos y por eso me tiré a desaparecerlos. En estas cosas voy para adelante. Si vacilo, pierdo. Pero la hijueputa es tan de buenas que el día que la iba a meter a ella y a su hijita estúpida en dos canecas de ácido, a mi casa llegó otro sobre igual con otra copia del acta matrimonial de Marcial con la sucia esa.
Entonces, si no es la "comepelados", ¿quién está detrás de los anónimos?
Octavio ya me juró que no es él y le creo porque si alguien sabe de lo que soy capaz cuando tengo rabia es él. Octavio sabe que a mí no se me puede mentir. Entonces las posibilidades se reducen solo a una persona: Pelambre, el escolta de Marcial. Sólo él, de los que están vivos, sabe de esa boda. Y no me voy a poner a buscarlo porque los matones se saben esconder. Si me está mandando esas actas es porque quiere plata y valga la pena decirlo, la está consiguiendo bien porque hasta el folio del acta original arrancó del libro de la notaría. Si quiere plata en algún momento me lo dirá.
Ese chicharrón lo resuelvo en cualquier momento porque tengo otros cuatro por resolver, tan o más importantes. El primero: el del periodista Alberto Cerón, del periódico La Mañana. Él sabe que maté al médico que intentó ayudar a Catalina, pero no tiene pruebas. Las está buscando y me da miedo que las encuentre. Los periodistas buenos se cuelan por todas partes. Son peores que el agua, peores que el dinero. Tendré que matarlo, pero voy a esperar el mejor momento. El tipo es muy querido por la prensa local y su muerte podría desatar una ola de indignación que ponga en peligro mi imperio. Hay muertos que valen más vivos.
De otro lado, me preocupa que Gato Gordo, mi socio mexicano, haya coronado sin mi ayuda un cargamento de cocaína en España. Es la primera vez que hace un negocio sin comprarme la materia prima a mí. Él cree que no lo sé, pero en este negocio se sabe todo. Los mexicanos son así. Nunca saben decir no y son traicioneros. No va a durar mucho en este mundo. No tiene el perfil de seriedad de los que llegan a viejos.
Los otros dos chicharroncitos son menores, pero me hacen ruido cuando intento dormir. Uno es el de los 50 mil dólares que enterramos con Octavio, que aunque no me hacen falta, me jode que alguien los encuentre y se los robe y el otro, el de los Marín Santana, nuevamente. Ya reconstruyeron su casucha y eso me hace pensar que no se quieren ir. Yo los dejé salir de sus cárceles porque el periodista estaba a punto de desatar una denuncia nacional que voltearía los reflectores de la Fiscalía de la Capital sobre mí, pero los sigo teniendo en la mira. Tocará matarlos en algún momento. Le pondré a Octavio un ultimátum. O los saca en tanto tiempo o les vuelo la casa con sus culos adentro.
Y lo que más rabia me da es que la putica de Catalina, después de todo lo que le mandé a hacer, está retoñando. Está volviendo a ponerse bonita. Yo diría, para mi rabia y la de mi hija, que más linda que antes. Le luce el pelo corto a la hijueputa. Ahora sonríe, no se le nota el miedo y el despiste de antes. Es como si en vez de perder con lo que le pasó, hubiera ganado. Si sigue sonriendo me busco a un loco que le zampe una botellada de ácido en la jeta y la deje como un monstruo. A mí que no me busque, peladita hijueputa, porque pa'mala... yo.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
RastgeleCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...