CAPITULO 18: "EL REENCUENTRO DE LAS DIABLAS"

2.8K 42 0
                                    


CAPÍTULODIECIOCHO

EL REENCUENTRO CON LAS DIABLAS

Catalina:

Con toda la información que obtuve, esperé con ansiedad la próxima visita de las Diablas a doña Imelda. Quería verlas a la cara. Quería que me miraran a los ojos para que, cuando las tuviera en frente, algún día, ojalá no muy lejano, llorando de miedo, pidiendo perdón, estupefactas por mi belleza y por mi maldad, no tuvieran forma de negar nada.

Y ese día llegó. Mes y medio después, la caravana de cuatro camionetas, la de Yésica, la de su hija y las de los escoltas, irrumpieron en el barrio con la misma parafernalia ridícula que siempre se cumplía. Un par de motorizados delante del convoy abriendo paso y los curiosos observando el vergonzoso espectáculo desde sus ventanas.

Cuando escuchamos las sirenas que encienden los escoltas para abrirse paso, mis papás y yo nos asomamos a las ventanas. Al verlos pasar por mi casa sentí un frío helado, mezclado con un vacío en mis vísceras. El frío de la revancha. Corrí a la cocina y me camuflé entre las ropas el cuchillo más grande y más afilado que encontré. Pensé que otra oportunidad igual de tenerlas tan cerca no iba a tener, en mucho tiempo.

Tuve que esforzarme mucho para no repetir la imprudencia que nos costó a mis papás y a mí la libertad y los vejámenes a los que fuimos sometidos, pero no niego que alcancé a pensar en cosas terribles.

Quise pasar la raya, que además ya no existía, correr tras las camionetas con el cuchillo de la cocina camuflado entre mis ropas y clavárselo en la nuca a Yésica apenas bajara. Me aterré de mi misma. Jamás mi mente incubó un solo pensamiento maligno. Ahora ellos predominaban. No pasaba un día o una noche en la que no imaginara a Daniela llorando de dolor por algún atentado de mi parte. No pasaba un segundo sin imaginar a Yésica abaleada por sicarios cobrando deudas del pasado. Tengo que admitir mi maldad de pensamiento, pero me defendía recordando que en tiempos anteriores a la aberrante humillación, mi mente y mi corazón eran puros.

Antes de que las camionetas se detuvieran, después del ritual de costumbre, dar dos vueltas por el parque y luego entrar al garaje de la casa, salí de mi casa, sin quitar la mirada de la caravana, pasé la calle, abrazando fuerte el cuchillo, y me senté en la banca que da a la fachada de la casa de doña Imelda a esperar la oportunidad.

Cuando Yésica y Daniela se bajaron de los carros, me hice notar con un canto triste. Quería que se acercaran. Necesitaba llamar su atención. Quería que me miraran, y lo hicieron. Yo les sonreí sin dejar de cantar:

—Hora de dormir, hora de dormir, los ángeles llaman, los ángeles llaman, ya quieren venir, a cuidarte a ti. Hora de soñar, hora de soñar, un ángel te cuida, un ángel te cuida, hay que descansar hasta desmayar.

Daniela me miró con odio, expulsando una sonrisita socarrona de infalibilidad y me gritó con burla:

—Tan ridícula, madure, perra.

Yo le devolví el agravio con una sonrisa coqueta. Daniela se ofendió tanto que sus labios temblaron. Tal vez quería verme llorar y ese es un gusto que jamás le voy a dar. Ahora me ve cantando, símbolo de renacimiento. No le bastó con hacerme trasquilar y rayar por las navajas de la infamia. Quiere verme postrada y lamentando lo sucedido. Entonces les volví a sonreír, subiendo una octava el tono de mi canto infantil. Alcancé con mi falsete natural la voz de una sirena y las logré enfurecer más.

Como siempre lo hace, la mal educada escupió mientras me miraba con esos ojos de criatura diabólica maldecida. Yo le respondí con una mirada fija, desafiante, una sonrisita falsa y burlona y un tono más alto en mi interpretación. Entonces se me acercó, cubriéndose las orejas con sus manos y me dijo al oído, como si supiera que a esa hora mil ojos nos observaban tras los ventanales:

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora