CAPITULO 23: "LAS SIETE PLAGAS"

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 CAPÍTULO VEINTITRÉS

LAS SIETE PLAGAS

Albeiro:

La niña está perdida hace dos días. Nadie da razón de ella. La hemos buscado en cada rincón donde la maldad suele guardar sus presas, pero nada. ¿Se la comió la tierra? ¿La abdujo el cielo? ¿La succionaron las aguas de la Laguna del Otún?

Las hijas de Vanessa y Ximena no quieren hablar. Solo cuentan que se fue a hacer una vuelta, pero que no les dijo a dónde iba. Doña Rosa Emilia, la vecina del lado, dice que una sobrina suya la vio subiendo a una camioneta. Dios mío, esto no nos puede estar pasando. Hilda está inconsolable, destrozada. No ha parado de llorar. Le pasa algo a Catalina y es capaz de matarse. Ya me lo advirtió.

—Tres hijos muertos es más de lo que cualquier madre puede resistir, Albeiro.

No sé qué hacer.

—Esperar y confiar en Dios, mi amor. Algo dentro de mí dice que la niña está bien.

—Si estuviera bien nos llamaba.

—A lo mejor se está vengando de lo que le hicimos.

—Ella no se quiere vengar de nosotros. Ya le explicamos lo que pasó. Ya no me quiero quedar de brazos a esperarla.

Fuimos a la policía, pero como aquí todo lo maneja la Diabla no nos quieren colaborar. Tampoco está en la morgue ni en los hospitales. ¿Qué le habrá pasado? ¿Quién se la llevó?

Hilda dice que cualquier cosa mala que nos pase tiene una sospechosa natural y esa es Yésica. Yo pienso igual. Nadie nos odia tanto como esa Diabla. Pero ni modo de preguntarle por la niña. ¿Y por qué no? ¿Qué pierdo con hacerlo?

Voy a casa de doña Imelda y le pregunto por su hija. Me dice, con alevosía, que cómo me atrevo a golpear en su casa.

—Es solo para hacerle una pregunta, doña Imelda, disculpe usted.

—Ni mierda. Ustedes no tienen por qué venir a mi casa —gritó y me cerró la puerta en la cara.

Son estos los momentos que me hacen renegar de la vida. Por eso me voy a los límites del barrio, cerca de una finca cafetera y busco la soledad para gritar al cielo con todas mis fuerzas:

—¿Por qué se ensañan siempre contra los débiles, los que no tenemos conexiones con los hilos de las cosas? ¿Por qué siempre se nos cierran las salidas? ¿Por qué nos llevan al desespero? ¿Qué hemos hecho para merecer esta suerte de perros callejeros? ¿Qué he hecho yo, por ejemplo, para tener que soportar tanta hijueputada de este mundo? Nunca he hecho cosas que avergüencen al universo, pero el universo se ensaña contra mí. ¿Dónde está Dios en estos casos? Tengo rabia. Yo el único pecado que he cometido es el de meterme con la mamá de mi novia. Lo hice por amor. ¿Es eso tan grave como para que me pongan a comer mierda toda la vida?

Obviamente, nadie respondió. En estos casos la oficina de quejas y reclamos siempre está cerrada. Pero como dicen las rezanderas del barrio, Dios aprieta pero no ahorca. Al llegar a mi casa me encuentro con el camión del correo. Preguntan por Hilda, pero ella se asusta y me dice que la niegue.

—¿Para qué la necesita? —Le pregunto al cartero, y me responde con un sobre en la mano, que tiene un correo.

—¿Lo puedo recibir por ella?

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora