LA INFAMIA
Catalina:
En dos minutos, luego de que el tendero le advirtiera que si no se aparecía por el negocio le dejaba de pagar su liquidación y su última mensualidad, Hernán Darío regresó a la tienda. Solo imaginar su casa sin comida y a su madre sufriendo por sus medicamentos, le quebró la voluntad. Tres minutos más tarde, salió a entregar el pedido.
Cuando pasó por mi casa lo vi más decidido que nunca. Le pedí que viniera a mi puerta, en parte por marcar territorio frente a Daniela y en parte por disipar un presentimiento horrible que me invadió de un momento a otro.
—Ten cuidado, mi amor —le dije desde la raya amarilla, y él se me acercó a robarme un beso.
—Es peligrosa —me dijo como presagiando algo, y lo abracé.
—Ella es peligrosa, pero tú eres inteligente —le dije.
Dándome un último beso, le advertí que no volviera a esa casa, pero en las vidas de la gente como nosotros no manda uno sino las circunstancias. Segundos más tarde estaba tocando en la puerta de doña Imelda. Me quedé parada sobre la raya, acompañándolo con la mirada.
Daniela salió a recibir el pedido en la puerta de la casa de su abuela con una sonrisa de suficiencia que me hizo temer una tormenta. Desde mi cárcel observé toda la escena de humillación.
Fue todo un interrogatorio. Fingiendo estar tranquila, la sabandija le preguntó todo lo que quiso, de la manera que quiso:
—¿Por qué me dejaste el mercado en el piso?
—Por que usted no me lo recibió y me duele el brazo desde la caída.
—¿Y por qué te caíste esa vez?
—Por andar mirando algo muy lindo.
—¿Y puedo saber qué es ese algo lindo que estabas mirando?
—No vine a darle explicaciones de mi vida, sino a entregar un pedido. ¿Me lo puede recibir, por favor?
—¿Por qué eres tan grosero?
—Disculpe, pero creo que la grosera es usted.
Entonces la niña montó en cólera.
—¿Y quién eres tú para venirme a hablar de esa manera?
—Soy un ser humano como todos, que merece respeto.
—Usted es un simple pobretón que no merece respeto alguno. ¿Es que no se da cuenta con quién está hablando, imbécil?
—Sí. Sí me doy cuenta. Hace rato me di cuenta —le dijo, decidido a reivindicar su dignidad de una vez por todas y para siempre con esta sentencia—: Estoy hablando con el peor ser humano que conozco.
Daniela no resistió tanta verdad y le pegó una cachetada. Desde la distancia, la sentí arder en mi cara.
Hernán Darío no lo podía creer y por la sorpresa que le causaba recibir una bofetada de parte de una cliente, su actitud fue de risa y no de rabia.
—¿Por qué me pegó? —le preguntó Hernán, y la malcriada le volvió a pegar dos veces más, advirtiéndole que ella en ese barrio hacía lo que le diera la gana. Mi corazón latía a mil. Sentí un impulso incontrolable de lanzarme contra ella y dejarla sin pelo. Pero la raya amarilla estaba ahí y dieciséis años de advertencia hicieron mella sobre mi voluntad.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
DiversosCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...