CAPÍTULO VEINTIUNO
EL UNIVERSO MUEVE SUS FICHAS
Octavio:
Acaba de llamarme Martina, una de mis proxenetas. La que mejores cultivos consigue. Me ha dicho que me tiene un virgo de los que me matan. Según la jodida colegiala, que conoce mis gustos como nadie, la baby no está en zona jurídica, es decir, no da cárcel, y está tan nueva como un capullo de mariposa. Le he dicho que me mande fotos porque no confío en ella. La malparidita, a pesar de su corta edad, es toda una estafadora y me ha tratado de meter gato por liebre en más de cuatro ocasiones. Suele engañar a sus clientes vendiéndonos mujeres usadas como si fueran nuevas. Esperaré. He aprendido a tener paciencia con estas cosas. Las mujercitas sin usar siempre valdrán la pena cualquier espera, cualquier precio. Huelen a mañana campesina, a sudor sin ácido, a mugre seco y puro. Las amo. He dado y seguiré dando lo que tengo por ellas. Si no soy rico es porque el sexo me ha quitado más dinero que las malas inversiones. Todo lo que he robado en la política lo he gastado en vaginas y culos.
Por ahora me concentraré en hacer un lobby que me pidió la Diabla ante el Ministro de Justicia. Ella quiere que el gobierno piense en una ley de sometimiento para los miembros de las bandas criminales. Las famosas "bacrim" que se crearon en varias partes del país con miembros de los grupos paramilitares que se desmovilizaron a finales de la década pasada, y de los cuales Yésica tiene uno: "Los Morones". Varios amigos suyos caídos en desgracia se lo han pedido y ella me ha ofrecido un buen dinero por el acercamiento. Pero ese favor es secundario. Ella no da "puntada sin dedal". Lo que en el fondo quiere es que un capo en ascenso de alias "Gato Gordo", que se le está saliendo de madre porque se ha vuelto muy ganador y poderoso, se entregue a las autoridades para que no amenace su imperio. La ley de sometimiento por la que me pide hacer lobby está diseñada para él. Ella sabe que el tipo se entregaría ya, con tal de salir en cinco años o menos a disfrutar de la millonada que se ganó coronando una tonelada de cocaína en Europa.
Pero también sigue mortificada por el periodista del Diario de la mañana. Ya me dijo que sigue escarbando con saña y que no lo puede matar todavía para que el mundo no se le vaya a venir encima a ella. Me pidió que lo visitara con el pretexto de otro proyecto a ver qué le podía sacar. Lo haré, pero no es fácil. El tipo es escurridizo, desconfiado. Yésica teme que llegue a los Marín Santana porque ellos le pueden contar cosas y por eso ha vuelto a acelerar su deseo de verlos lejos de la ciudad.
Me dice que está a punto de tomar decisiones radicales, porque su hija no los quiere ver más por la casa de su abuelita. Le estoy pidiendo que tenga paciencia. En cualquier momento abrirán la carta y correrán por el tesoro escondido. Sin embargo, está ansiosa. Quiere deshacerse de ellos a toda costa y me ha advertido que si no se van antes de un mes, los saca de circulación con sus métodos torcidos. No me dijo cuál, pero me imagino que los pobres aparecerán tiroteados en algún basurero.
La verdad, no me gustaría un final así para personas que no le hacen daño a nadie. Le pregunté que si no le bastaba con haberlos encarcelado una semana sin justa causa y me dijo con su cinismo mordaz que sí estaba arrepentida, pero de no haberlos dejado por lo menos un mes en esas pocilgas. Y recalcó, empuñando los labios y medio cerrando los ojos como antagonista de novela mexicana:
—Me dan medio pretexto y los hago meter al hueco de nuevo hasta que me dé la gana. —Luego agregó con ese odio visceral que no mide consecuencias y que transpira por sus ojos gatos—: Y esta vez no saldrán vivos. Contrato a alguien para que los pique y los saquen en el carro de la basura.
A mí no me gusta ir a la casa de la Diabla porque el veneno flota en el ambiente, pero me atrae la sola posibilidad de ver a mi Daniela. Se está poniendo más linda cada vez. Un día me habló y sentí como si la existencia misma cobrara sentido. No fue mucho lo que me dijo, pero me pidió ayuda con una tarea. Me preguntó que si yo sabía por qué en Colombia no había estaciones y le dije que con mucho gusto le respondía, pero que me permitiera un minuto para contestar un mensaje urgente. Mentiras, me metí a Google para extraer la respuesta y se la di con lujo de detalles. Le dije que Colombia estaba en la zona tórrida, un tanto al centro de la tierra, y que el fenómeno de las estaciones solo se daba a los extremos del globo terráqueo, es decir, en la zona de confluencia cercana a los polos, de modo que cuando en el Polo Norte había verano, en el Polo Sur había invierno y viceversa.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
CasualeCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...