CAPÍTULO 9: LA CARTA

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 CAPÍTULO NUEVE

LA CARTA

Octavio:

Atendiendo al mandado de Yésica, sobre el medio día me aparezco en casa de doña Hilda con el único fin de negociar su casa. Albeiro abre la puerta parado sobre una extraña raya amarilla que hay en toda la salida y me saluda con desconfianza. Lo noto más gordo y, desde luego, más viejo, como él me habrá visualizado a mí. Al comienzo no me reconoce, pero apenas le menciono nuestras aventuras etílicas en Bogotá, esperando a Catalina la grande mientras se revolcaba en la cama con Mauricio Contento, sonríe con pena. Me saluda efusivamente pero con algo de miedo y, después, cuando le cuento a lo que vengo, me hace seguir.

Doña Hilda, a quien el tiempo ha golpeado con más rudeza, aparece en la sala con su mirada de señora desdichada, una cinta con la que mide los centímetros colgando de su cuello y me saluda fríamente, quitándose los lentes, pero sin dejar de mirarme. Albeiro me presenta sin entrar en detalles dolorosos y le cuenta que les traigo una oferta por la casa.

—No estoy vendiendo mi casa —responde la doña con sorpresa.

—Es una buena oferta, amor —asegura Albeiro y le aconseja—: ¿Por qué no escuchas al señor antes de decidir?

—Porque no estoy vendiendo la casa, porque no me quiero ir de aquí. Mi hija estudia a dos cuadras. Sería un trauma en estos momentos, amor —confirma con seguridad.

—Si me permite, le puedo contar de mi oferta, doña Hilda.

—En realidad no me interesa, don Octavio, yo se lo agradezco mucho, pero como ya le dije dos veces y con esta tres: no estoy vendiendo mi casa. Mejor dicho, la casa de mi hija, porque es de ella en realidad.

—¿No quiere escuchar la oferta por lo menos? —Le insisto— es una muy buena suma, se lo aseguro. Nadie le dará más por una casa en tan mal estado.

—Antes de escuchar la oferta me gustaría conocer primero el por qué de su interés por nuestra casa, don Octavio, si como usted ya lo ha notado, es la más fea de la cuadra. ¡Hasta nos la mandaron a pintar de negro los de la alcaldía!

Aquí tengo que improvisar. No venía preparado para responder este tipo de preguntas. Entonces le digo que la alcaldía desea montar en el barrio una pequeña Casa de la Cultura y que ésta, por ser esquinera y por estar en el corazón del parque, nos parece propicia para demoler y hacer en ese lote la obra.

—Dijo usted, ¿demolerla?

—Sí. Esta casa no tiene arreglo. Hay que volverla a construir.

—¡Menos! —Exclama doña Hilda con una risa sarcástica, como queriendo concluir el episodio y explica—: Esta casa, estos cuartos, estos pisos son el único recuerdo que tengo de mis dos hijos asesinados, don Octavio. Los veo correr cuando niños por estos pasillos, los veo husmeando en las ollas de la cocina cuando tienen hambre, los veo jugando con agua en los alrededores de la alberca. Esta casa es la memoria de ellos, esta casa es lo único que me los mantiene vivos. ¿Usted cree que yo la dejaría demoler? Definitivamente, don Octavio, esta casa no está en venta.

Plan "b"

Yésica dice que soy un inepto por no haber podido convencer a la mamá de Catalina de venderme la casa por el doble de lo que cuesta. Tiene razón, aunque me defendí argumentando que los sentimientos suelen dañar muchos negocios. Pero le demostraré que no soy un incapaz. Me acabo de inventar una fábula entre pirata y urbana que me puede funcionar. Era cuestión de invocar a Maquiavelo y pensar un poco. Ya no soy tan rápido mentalmente.

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora