CAPITULO 28: "LAS MAFIAS DEL PODER"

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CAPÍTULOVEINTIOCHO

LAS MAFIAS DEL PODER

Alberto:

Muero dentro de pocos días. Ese es mi destino. Ese es el destino de quienes nos atrevemos a desafiar a las mafias del poder. No puedo esperar otro final en este muladar de sociedad donde vivo. Aquí, como dijo Malcom X: "Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido. Con una hábil manipulación de la prensa, pueden hacer que la víctima parezca un criminal y el criminal, la víctima".

Y yo seré víctima dentro de poco, porque la prensa de esta ciudad está comprada, está fletada, está chantajeada y está filtrada por los malos. Y, para terminar de cumplir la sentencia de Malcom, terminaré tiroteado, como un criminal, con un letrero que diga: "Por violador". También es posible que por los medios aparezca el alcalde o el gobernador a decir que, lamentablemente, mi muerte tuvo por móvil un ajuste de cuentas por parte de narcotraficantes o redes de corrupción.

Mi familia saldrá a limpiar mi nombre, porque saben que jamás he cometido ni siquiera un delito menor, ni siquiera he meado en la calle, y a los cinco minutos recibirán amenazas. A mi hermano John Freddy le dirán que su hija Sofía se ve muy linda con el uniforme del colegio Altamira. Y a mi hermana Fanny le dirán que a su esposo Marco Antonio le luce mucho su auto Honda Civic blanco modelo 2015. Y los callarán a todos. Y mi nombre se olvidará en un rincón de las noticias judiciales del periódico al que con mi esfuerzo y honestidad ayudé a dar lustres y prestigio. Y mi honra terminará en corrillos de personas allegadas diciendo:

—¡Increíble!

—¡Nos tenía engañados a todos!

—¡Yo nunca imaginé que Alberto fuera así!

—¡Qué peligro!

—¡Y nosotros que le dimos toda nuestra confianza!

Aquí los buenos aparecemos crucificados en las redes sociales por cuenta de esas mafias que, para limpiar su imagen a través de la calumnia y la desinformación, pagan hordas de desempleados para que asesinen el buen nombre de las personas que los combatimos. Terminan convirtiendo a esos pobres, cuyo nombre rimbombante es el de Community manager, en completos sicarios morales. Aquí los buenos son los que matan, los que roban, los que engañan, los que compran votos, como el esposo de la Diabla, Aníbal Manrique, quien en la noche de la elección iba perdiendo por cinco mil votos frente al candidato Ramón Andrade, pero amaneció ganando por un margen igual. No sé de donde le aparecieron 10.000 votos en pocas horas, pero le aparecieron y ganó. Hoy es el alcalde y patrocina desde el poder los desmanes de su esposa Yésica Beltrán, la mujer que me va a matar.

Tienen asesores expertos en imagen y medios de comunicación coartados con miles de millones en publicidad para sembrar una imagen amable, tranquila, fresca, confiable ante la ciudadanía. Por eso, cuando los investigamos o los atacamos, solo somos periodistas con ganas de protagonismo. Solo somos terroristas con ganas de incendiar al mundo. Solo somos resentidos porque nunca pudimos llegar a donde están ellos. Los malos somos los que no encajamos en el sistema, los que no recibimos tajada, los que no tenemos precio, los que denunciamos desde el romanticismo que nos producen palabras como "un nuevo país", "una nueva sociedad", "un mundo ideal".

Cuando estaba pequeño, mamá solía decirnos a mis hermanos y a mí, fuimos ocho en total, que el mundo se dividía en dos: los que estudiaban y los que no estudiaban. Yo estudié. Hoy veo que fue un craso error. Debí quedarme ignorante para no haber llegado a entender cómo funciona la inmundicia. Debí quedarme en la oscuridad para no ilusionarme con un sol que solo brilla para los que actúan de manera torcida. Debí dejarme absorber por la felicidad que da la falta de conocimiento. Y no lo digo con resentimiento. Esa es la cruda realidad. Entre más sabes, más te decepcionas; entre más conoces, más lejos de la verdad estarás. Como diría el filósofo Alberto Cerón: ¿El conocimiento para qué? Sencillo, para ni mierda. A menos que seas de ellos. A menos que te entregues. A menos que te lleguen al precio. A menos que seas cobarde. A menos que seas el científico que se entrega a la multinacional farmacéutica que te paga para que ocultes la fórmula para curar el cáncer, porque los pacientes de esta enfermedad les llenan sus cuentas con billones de dólares. A menos que seas el periodista que tapa lo que descubre por una embajada. A menos que seas el ingeniero que construye sin los materiales debidos para que el político se quede con la mayor tajada del presupuesto. A menos que seas el juez que arrodilla a la justicia a favor de los corruptos para lograr un puesto en la Corte Suprema. A menos que seas un hampón, un avezado delincuente que engrane con su sonrisa cínica en esto que los pillos llaman democracia, pero que no es más que una bandidocracia.

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora