Ahí estaba ella, con su vestido rojo hasta la rodilla, el cabello negro suelto y un suéter encima.
—Lisa... —Me abrazó papá que pareció no acordarse de nuestros planes—. ¿Cómo estás? Que lindo vestido. ¿Es el que usaste en tu cumpleaños el año pasado, verdad?
Trató de hacer memoria pero se rindió.
—Saldré un rato. Prometo llegar temprano. —Me dio un beso en la frente y se dirigió a su conquista que aún seguía en la puerta—. Voy a cambiarme y nos vamos. No tardo.
¡Lo odié!
Bien, no lo odiaba, pero estaba a pasos de hacerlo. Miré a la chica, le hice un gesto de indiferencia y me tiré al piso a jugar con unas muñecas.
Nunca había sido grosera con las mujeres que traía papá, pero estaba tan molesta que sólo deseaba que se fueran lo más rápido posible.
—¿Lisa, cierto? —escuché una voz desde la puerta.
—Elizabeth —corregí de mala gana.
Ella no volvió a hablar. Después de un rato le di un vistazo, estaba caminando de un lado a otro en el metro y medio que había entre la entrada y la sala. Me pregunté sí se sentiría mareada.
—¿Tienes un tic? —Esa manía de pasarse el cabello tras la oreja cientos de veces no me parecía normal.
—¿Un tic? —Estaba a punto de hacerlo, pero se detuvo—. ¿Lo dices por lo del cabello? Se puede decir que sí. Creo que es de herencia, mi mamá lo hacía cuando estaba nerviosa. No sé con exactitud si los tics pueden heredarse, quizás sólo es una conducta que repito porque lo vi de pequeña, pero la verdad es que se me olvida todo el tiempo dejar de hacerlo...
—Hablas mucho —interrumpí.
—Tienes razón —pareció apenada—, lo siento.
Volvió a pasarse el cabello tras la oreja. Siguió caminando en círculos durante un rato. Empecé a marearme y supuse que ella también porque sus pisadas eran menos firmes. Tenía la mirada clavada en el piso como cuidándose. Debo admitir que me sentí Matilde cuando la vi tropezarse y caer ridículamente en el piso.
Ahogué una risa.
—Malditos tacones —dijo en voz baja.
Me dio un poco de pena verla en el suelo. No pareció tener deseos de ponerse de pie, pero no porque no pudiera, más bien era porque quería desaparecer de la faz de la Tierra o eso parecía por su expresión.
—No eres muy buena con ellos —me acerqué a ella riendo.
—Lo sé. ¿Me veo ridícula, verdad? —aceptó mientras soltaba un suspiro. Sonrió un poco al responderle que sí—. De igual manera no puedo culpar a los zapatos de todo. Soy torpe de nacimiento. No importa cuánto me esfuerce, siempre termino en el piso. Pero está bien, empiezo a tomarle cariño. ¿A qué jugabas? —me preguntó cuando la ayudé a ponerse de pie.
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Querida novia de papá
RomanceTener diez años no es fácil. Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es. He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...