Papá odia los funerales, los odia tanto como odia la muerte. Supongo que está molesta con ella porque le arrebató a mamá y a sus padres. Aún no puede perdonarle eso.
A mí tampoco me gustan, pero me tocó convencerlo de ir. No dijo mucho, estaba como pensativo. ¿Qué pensaría? Quizás todo esto lo llevaba a otro lugar, a otro momento. Incluso llegué a pensar que camino allá revivió el camino que recorrió hace unos años tras la muerte de mi mamá.
Mi mamá.
Llegamos cuando estaba amaneciendo. El sol no parecía tener intensiones de asomarse, al menos no mientras la lluvia se dejara caer sobre nosotros. El lugar por si sólo daba un ambiente de tristeza, así que tuve que armarme de coraje para no inundarme de ella porque sabía que si papá lo notaba se derrumbaría.
Había mucha gente, demasiadas en realidad. Caminaban de un lado a otro conversando entre sí o en silencio total, pero para mi sorpresa nadie lloraba. Imaginé que todos estarían tristes, pero se veían bastante tranquilos.
Alfonso, el esposo de Angélica nos saludó al llegar y sin decir mucho se perdió entre la multitud. Lo ví a lo lejos charlando con todos y me di cuenta que la mayoría ni siquiera parecía interesarles el momento.
Me molesté por su indiferencia, ¿cómo podían estar así de tranquilos? No esperaba les doliera, pero al menos que no pareciera estuvieran en una reunión de amigos.
Caminé con papá a mi lado entre todos hasta que nos topamos con Esmeralda, fue la primera persona que vi más afectada, ella nos habló de cómo pasó todo. Un infarto. Nada se pudo hacer cuando llegaron al médico.
Observé a unas mujeres llorando a un costado, supuse que eran amigas de ella porque se veían conmovidas.
Y por último estaba Angélica, de pie justo al ataúd llorando como jamás pensé verla. Me sentía rara, rara porque siempre tuve en mente una imagen de ella con una sonrisa, alegre y vivaz. En ese momento se veía devastada y lo peor era que nadie podía hacer nada para cambiarlo.
Me vio desde donde estaba y me abrazó enseguida. Me gustaría que un abrazo la hiciera sentir mejor, pero sé que no fue así. Ella me sonrió y trató de verse tranquila, pero no pudo aparentar mucho tiempo.
—Lo siento mucho... —dije dudosamente porque nunca había sido buena compañía en momento así. No sabía qué decir y qué hacer.
—Gracias por venir, de verdad gracias —confesó con sinceridad y tuve la sensación que a pesar de la multitud se sentía sola.
Matilda le dio el pésame y la abrazó, ella se lo agradeció y suspiró para mantenerse fuerte.
Y luego estaba papá.
Él no decía nada, pero yo sé que con eso decía todo. Era fácil darse cuenta lo que quería decirle con ese silencio. Él también perdió a su familia, también se quedó sólo por mucho tiempo y jamás pudo recuperarse del todo. Y sé que ella lo comprendió porque comenzó a llorar cuando lo vio y asintió. No se atrevió a abrazarla como nosotros, sólo tomó su mano entre la suya y la sostuvo con fuerza. No con la fuerza que lástima, sino con la que recuerda que está ahí.
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Querida novia de papá
RomanceTener diez años no es fácil. Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es. He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...