Tener diez años no es fácil.
Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es.
He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...
—Si sigues sonriendo así cada vez que terminas una carta terminarás asustándome —bromeó Esmeralda mientras se estacionaba frente al laboratorio—.Creo que cuando aprenda a escribir mi hijo lo obligaré a escribirme cartas y a enviarlas por debajo de la mesa, sólo para saber como se siente.