Un día estás en el paraíso, el otro en el infierno.
Así me sentía yo. Aunque en ese momento dudé poder sentir algo con claridad, eran tantas cosas las que atormentaban mi pecho que la palabra infierno era lo primero que aparecía.
¿Desde cuándo temía a la oscuridad? Desde que la luz reflejaba lo que tanto me avergonzaba. Ahí recostada con la vista perdida al techo, que me parecía el lienzo más tormentoso del mundo, y con algún rayo intruso filtrándose por las gruesas cortinas me di cuenta que toda mi vida se había estancado.
Las lágrimas salían de mis ojos sin pedirme permiso, tan sólo se desbordaban como si temieran secarse dentro. Y poder llorar sola en esta vieja casa me recordaba mi realidad, sola. Sola en esta maldita vida. Y lo merecía. Todo eso lo merecía.
Sino hubiera sido tan estúpida, si tan sólo hubiera usado el cerebro no estaría así.
Giré hacia el mueble que descansaba a mi lado. Una foto de mamá me recordaba que no había algo por lo que podía vivir. Si ella me viera sentiría lástima y vergüenza por mí.
Escuché el sonido del timbre desde mi recámara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No era él. No era él. No lo era. Me negué ante aquella posibilidad. Suspiré asustada y caminé sigilosamente por los pasillos. No tenía que acercarme demasiado para reconocer esa voz... Esmeralda.
—¡Abre la puerta! —gritó a todo pulmón—. Sino lo haces voy a romperla y en mi estado eso no es muy recomendable.
En otro momento lo hubiera hecho sin titubear, pero esa vez lo pensé mucho. Ella insistió un largo rato y con eso descubrí que no se marcharía. No quedaba otra salida que dejarla pasar...
Corrí al baño tan rápido como me dieron los pies, lavé deprisa mi cara para no verme tan devastada y busqué en la recámara los lentes más oscuros que tenía. Caminé a la puerta a pasos lentos. El camino, que apenas eran apenas unos metros, fueron suficientes para revolverme el estómago.
Mi voz interna era mi peor amiga. Era insistente, clavaba cada palabra con tal fuerza que me arrancaba el poco valor que lograba reunir.
—¡Abre la puerta! —exigió por enésima vez—. Es la última vez que te lo digo o...
Cedí ante su insistencia. Apenas abrí lo suficiente para que entrara y tiré de ella hacia el interior. Parecía sorprendida, pero al menos ya no estaba gritando y eso era suficiente, lo que menos quería en ese momento era llamar la atención.
Cuando me miró con claridad, a pesar de tratar de esconderme en mi cabello, pude sentir el mundo cayéndose en picado. Ella sollozó y me abrazó. Necesitaba ese abrazo, era algo que mi corazón gritaba, pero también se negaba a recibirlo. No. No. No.
—Es un maldito —dijo enojada cuando se separó de mí
Sí, sí lo era, y yo era una idiota.
—¿Qué pasó? —preguntó aún molesta cuando nos sentamos en el sofá.
Me gustaría saber con exactitud la respuesta. Tener que recordarlo me formaba un nudo en la garganta que dolía como una cuerda de púas.
Esmeralda trató de darme espacio y tiempo para empezar a hablarlo, pero mi cuerpo estaba seguro que jamás llegaría ese momento en su totalidad.
—¿Discutieron? —insistió ante mi silencio. Trató de mirarme normal, pero era evidente que no lo hacía.
—No discutimos. Él sólo... —ahogué un sollozo porque no sabía qué decir.
Había sido una noche normal. Cenamos sin decir mucho, había tenido un mal día y cuando eso pasaba acostumbraba a no cuestionarlo demasiado. Eso me había pedido. Él se quedó en el despacho a trabajar y yo me fui a recostar temprano. No sé cuánto tiempo duré despierta, pero el cansancio me venció y me hizo perder la noción del tiempo.

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Querida novia de papá
RomanceTener diez años no es fácil. Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es. He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...