—¿Qué demonios quería? —Esmeralda esperaba mi respuesta como si se tratara del capítulo de una novela.
—No lo sé —confesé y prometo que no mentía.
La verdad era que mi cabeza le daba vueltas al asunto tantas veces como le era posible, pero no encontraba respuesta lógica para que quedara del todo satisfecha.
No había hablado con Alfonso desde hace más de dos años, justo después de cuando terminamos. ¿Por qué se había puesto en contacto conmigo de nuevo?
—¿Le contestaste? —me preguntó, estaba tan pendiente de mi respuesta que me ponía nerviosa.
Negué con la cabeza y le expliqué que apagué el computador como si se tratara de una bomba y volví al festejo.
Ahora que lo analizo no sé exactamente porqué hice eso.—¿Volverías con él?
¿Qué?
De sólo pensarlo me quedé en blanco. Cuando había pasado poco tiempo tenía muy clara la respuesta, ahora las cosas me lo parecían menos. Empecé a recordar como finalizó aquello y me veo a mí misma, mucho más joven, muy mal. No lo culparé de todo, no puedo pretender que mi estado se debía a la ruptura, simplemente fue la suma de muchas cosas las que llevaron a ese punto.—No. Ambos quedamos en buenos términos, pero no. Él está en otro país, no piensa regresar. Yo no planeo irme, me gusta vivir aquí.
—Quizás vuelva pronto, ¿no?
—Lo dudo.
—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó mientras dejaba el teclado y me miraba a los ojos.
—No, en verdad no. Mi vida está bien así.
—¿Bromeas? No está nada bien. Deberías empezar a vivir Angélica. Tu vida se te está escapando de tus manos. Un día de estos vas a despertar y te vas a preguntar, ¿qué hice en todos estos años?
—Hago cosas de mi vida —respondí—.Trabajo, cuido a mamá, leo y...
—Vives como todos. Tienes que hacer algo más grande, dar el gran salto, estás destinada a algo más que ser una oficinista. No tiene nada de malo serlo, yo lo soy. Lo malo es que ese sea tu único logro, tu justificación para no avanzar.
Suspiré, ella tenía razón.
—Prometo que después del ascenso voy a dar ese paso. Lo prometo —respondí y le entregué la tarjeta que hice y un regalo que compré, esperaba eso la hiciera cambiar de tema.
Ella la recibió gustosa y comenzó a charlar sobre que deseaba estudiar diseño gráfico. Esa última descarga la motivó mucho.
—Deberías intentarlo, o al menos podrías tomar un curso...
—¡Alto ahí! ¡Alerta roja! —me interrumpió gritando—. Ahí viene Roberto.
—¿Y eso qué?
—¿No le entregarás la tarjeta para Lisa?
No sé si estaba bromeando o no, pero no me dejó replicar porque se levantó de su escritorio y salió a la cafetería casi corriendo.
Maldición.
Esmeralda era de esas amigas que te apoyan en todo.—¡Hola! —Roberto parecía bastante animado—. ¿Qué tal estuvo tu navidad?
—Bastante divertida —mentí. Sí, claro que mentía—. ¿Qué tal la pasó Lisa? —pregunté mientras buscaba su tarjeta.
—Bien, Santa le trajo unos patines como regalo. Hoy tenemos planes de estrenarlos. Espero estar completo para mañana.
Asentí con la cabeza y volví mi vista a la bolsa.
—Sabes, Lisa te mandó algo —levanté la mirada esperando por una carta, pero no había nada de eso.
Roberto sostenía una pequeña caja en las manos y me la entregó con cuidado.
Lo miré para saber su significado, pero él esperaba que yo la abriera.
Bien, comencé desenvolviendo el papel de colores que la envolvía y después la cinta que me impedía ver el contenido, y cuando al fin llegué a ver lo que había dentro me dejé caer de golpe en la silla.
Santo Dios.
Lisa me conocía. Me conocía más de lo que nadie lo hacía y no podía estar más agradecida por eso.
Ella recordaba esa fotografía que le mandé en una carta, esa misma carta donde me contaba que le rompió su brazo a su compañera. Bien merecido por cierto.Toqué la tela con especial cuidado. Era preciosa. Ella sabía que amaba las muñecas, también sabía que no tenía ninguna como esa y eso la hacía especial.
—¿Te gustó? —Roberto seguía de pie junto a mí.
Asentí emocionada. Pensé que este año no recibiría más que los zapatos que me regaló mamá y los chocolates de Esmeralda.
—¿Bromeas? —reí mientras le acomodaba la trenzas de tela—. ¡Me encanta! Es preciosa. Lo digo de verdad. Además su vestido es de uno de mis colores favoritos.
—Me alegra que te gustara. Matilde y Lisa la escogieron, parecían muy convencidas que te gustaría.
Coloqué la muñequita de tela sobre la mesa y le entregué la tarjeta a Roberto.
—¿Postales navideñas?
—No sólo eso —entregué la bolsa de regalo que tenía bajo el escritorio—. Espero que a ella también le guste lo que preparé para ella.
Él me lo agradeció y después se marchó deseandome un buen día.
Ahí sentada frente a una máquina descompuesta, sin calefacción y con sueño, era inmensamente feliz.🔹🔸🔹🔸
—¡Angélica! —Mamá me gritó como si estuviera en la avenida.
No tardé mucho en llegar porque estaba en el cuarto de al lado.
—¿Azul o blanco? —preguntó mientras me mostraba dos vestidos.
—El blanco. Te queda muy bien ese color.
—Gracias, hija. Me llevaré el gris —contestó mientras lo sacaba del closet.
Reí y volví a mi habitación. Mamá estaba emocionada, amaba los días de la junta familiar. Esperaba todo el año para ese día en especial.
A mí también me gustaba. Era divertido ver que aquellas oficinas eran algo más que cuatro paredes y que nosotros eramos más que sólo trabajadores.
De camino al edificio mamá se la pasó charlando con el taxista. Ella era muy buena socializado, yo era torpe en ese aspecto por mi problema de hablar demasiado.
—¿Empresas Paper, verdad? —preguntó el taxi una calle antes de llegar.
—Sí, mi hija es la gerente de finanzas.
—Mamá...
—Bueno, casi —se justificó—, más vale pedir perdón que pedir permiso. Además nadie le va a ganar ese puesto. Yo le aseguro que...
—¡Llegamos! —celebré cuando el auto se detuvo.
Ayudé a bajar a mamá con cuidado y le pagué al taxista que parecía tener un poco de prisa.
Pasamos al estacionamiento que parecía una plaza de diversiones. Había música, comida y mesas para descansar.
Un montón de niños jugaba por todas partes, eso no me molestaba, todo lo contrario. La gente reía y bromeaba entre ella haciendo que me envolviera en el ambiente.Mamá caminaba apoyada en mi brazo revisando cada espacio. Amaba caminar a pesar de que el doctor le recomendó no hacerlo en exceso.
—¡Esto cada vez se pone más extremo! —gritó mamá mientras estrellaba su bastón contra el piso al ritmo de la música—. ¡Me encanta!
A mí también. Busqué una silla para que pudiera descansar, pero me encontré con algo mucho más interesante.
Ahí, entre la gente, estaba Roberto.
Lo interesante de todo esto era que no estaba solo.
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Querida novia de papá
RomanceTener diez años no es fácil. Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es. He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...