Capítulo 30: Regreso

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No sé con exactitud cuántos meses pasaron desde ese incidente, lo que sé es que Fabiana y yo no le contamos a papá aquel suceso

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No sé con exactitud cuántos meses pasaron desde ese incidente, lo que sé es que Fabiana y yo no le contamos a papá aquel suceso. Y a pesar de que nunca llegamos a ser amigas, la relación entre nosotras no tuvo más roces por lo que eso se convirtió en un gran avance.

Sobre sus visitas debo decir que se volvieron bastante educativas. Es decir, cada vez me devoraba más libros y papá estaba contento con eso. También lo hacía el hecho que Fabiana y yo encontráramos algo en común. Ahora que lo pienso, quizás imaginaba que eso nos convertía en amigas, que tener algo en común y usarlo recurrentemente en las charlas nos hacía llevar bien. La verdad era que aunque encontraba divertido el hecho de compartir mi emoción por la lectura, ambas jamás pudimos considerarnos más que conocidas.

Y si soy totalmente sincera la culpa era mía, porque aunque me costaba reconocerlo ella se esforzaba por agradarme. Siempre tenía una sonrisa, nunca me gritó, tampoco volvió entrar a mi recamara, pero había algo dentro de mí que no me dejaba abrirle la puerta. Y me sentía mal, lo hacía el hecho de mostrarme prudente, de no dejarla cruzar la línea entre lo que yo era y lo que debía ser, de no poder llamarla amiga. Ella lo notaba, pero no decía nada.

¿Me entendía?

Fue por eso que nunca le pedí a papá se alejara de ella, por lo que incluso lo motivaba para que eso funcionara. Fabiana no me dio motivos para tacharla de ser mala persona, y tenía que aprender a dejar mis tontos presentimientos de lado.

Por otro la relación entre papá y yo jamás cambió del todo, porque incluso con más personas agregándose a nuestra vida siempre supimos que la familia es lo que queda al final. No importa cuántas personas tocan tu puerta, tú decides a quién dejas entrar de lleno, a quién realmente nunca quieres dejar ir. Sin embargo las persona pueden irse, están en su derecho de hacerlo y de volver, de decidir en qué estaciones nos acompañan y en cuáles no. Ambos éramos conscientes que en ese vagón no bajaríamos ninguno de los dos al menos por elección propia.

Así que ya no había forma de bajar al tren a Fabiana a menos que ella quisiera hacerlo, por lo que me acostumbré a ella. Todos en casa lo hicimos. Podríamos haber vivido así mucho tiempo, quizás toda la vida, pero entonces el cartero tocó la puerta un domingo por la noche y como era de esperarse aquello acabó con todos mis planes.

Papá y yo habíamos organizado una visita al parque de diversiones. Me gustaban mucho esos lugares. No era tan valiente como para subirme a los juegos más extremos, pero cada vez me ponía objetivos más altos. Cecilia nos acompañó ese día, su mamá trabajó así que no pudo decirle que no. Creo que fue la primera vez que fue a un parque así porque se veía muy emocionada. Papá nos compró un montón de comida y dulces a las dos, y Cecilia pareció más feliz que nunca. Fue ahí cuando me cuestioné porque jamás me había atrevido a decirle a papá la situación en que ella vivía. Es decir, él era mi héroe y de pequeña pensaba que podía solucionarlo todo, pero mientras crecía entendí el temor de ella para guardar el secreto. Tenía miedo, miedo de muchas cosas. Se suponía que tu hogar es el lugar donde más seguro te sientes, al menos yo sentía eso, pero ella era feliz en todas partes menos ahí. Su madre era un monstruo, y aunque con la edad Cecilia fue encontrando maneras de no llevarle la contra jamás se salvo del todo. Y yo jamás había hecho nada, nada porque sus argumentos para cumplir mi promesa cada vez me mantenían más al margen. Solo faltaban tres años para que cumpliera la mayoría de edad, sólo tres...

Querida novia de papáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora