Al día siguiente, como era de esperarse, papá no mencionó el nombre de Angélica. No supe como sentirme respecto a eso. La chica me había caído bien, pero creo que todos los que conocíamos a papá sabíamos que eso pasaría.
Por otro lado recordó la promesa del sábado pasado, lo cual me sorprendió mucho, y me acompañó a traer a Oreo a casa.
—¿Dónde dices que vive? —preguntó mientras bajábamos en el elevador.
—Último piso —reí por lo olvidadizo que podía llegar a ser—. Prácticamente en el estacionamiento. Según la esposa del guardia sus dueños deshabitaron el edificio hace meses.
El elevador se detuvo después de unos minutos.
—Es muy pacífico. Al principio es algo desconfiado, pero cuando ya no te considera peligro te tomará cariño —advertí mientras recorría el lugar—. Igual que nos pasa a todos.Llamé a Oreo un par de veces antes de que se acercara a mí temeroso. Debía tenerle miedo a papá. Bueno al menos ambos tenían algo en común.
—Sólo necesita tiempo —dije mientras accedía que le acariciara la cabeza.
Ya lo había hecho un montón de veces antes, cuando le traía agua y comida, pero jamás me había acompañado papá y eso era nuevo para él. De hecho también para mí.
—Quizás necesite un baño —aconsejó papá—. O dos...¿Crees que tres le harían daño?
Llevarlo a casa no fue una labor difícil. Papá le compró una cama, comida, juguetes y jabones. También lo llevamos a vacunar. Para la tarde ya estábamos en casa con Rodrigo y sus medicamentos. Papá siempre cuenta que lo conoció en la universidad y que fue él el que lo animó a invitar a cenar a mamá.
Rodrigo asegura que me parezco mucho a ella, y no sé como sentirme respecto a eso.
Ver sus fotos en aquellos restaurantes y conciertos me producen sentimientos encontrados. ¿Puedes extrañar a alguien que nunca conociste? La respuesta parece sencilla, pero queda en más que un simple sí. Las personas que nos dejan nunca se van del todo. Veo a mamá en las sonrisas de papá que aparecen en su rostro cuando me cuenta de ella. La veo en las pláticas de Matilda. En las broma de juventud de Rodrigo. A veces la veo en mí.
Y eso duele. Duele mucho. Pero trato de superarlo, a veces me gustaría que papá también lo intentara.
Por desgracia el concepto de intentarlo, tiene en él otro significado. Ese miércoles trajo a otra mujer a casa. Para mi buena suerte me cayó bien. Quitándole su ligera obsesión por las calorías era muy graciosa. Lo que daría por ver de nuevo la cara de papá cuando ella le hablaba antes de dar cualquier bocado.
—¡Roberto! —gritaba antes que papá se metiera un trozo de pastel a la boca—. ¿No sabes cuánta azúcar tiene eso?
—Tranquila, sólo es un trocito —justificaba papá sin darle importancia.
—¡Y te atreves a tomar refresco! ¿Quieres morirte de diabetes?
—No...
—¿Es que acaso no sabes que un hombre de tu edad no debe comer tanto?
—¿De mi edad? —creo que papá se ofendió, y lo hizo notar.
—Bueno... Tienes una hija que cuidar, no puedes darte el lujo de morir joven —aclaró deprisa, pero aquel argumento no lo convenció del todo.
¿Las razones? Papá era un hombre joven, estaba por pasar los treinta y dos años. Segundo, papá ama comer y que alguien le cuente cada pieza lo altera. Supongo que ella no lo sospechó porque papá es un hombre muy delgado.
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Querida novia de papá
RomanceTener diez años no es fácil. Compartir a tu padre todas las semanas con un remplazo del recuerdo de mamá, tampoco lo es. He visto cientos de caras pasar por la puerta, pero puedo contar con los dedos de las manos las que lograron hacerlo más de dos...