CAPÍTULO 4

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Se que subí Cap. hace dos días, y que la verdad nadie la a leído, pero estoy de humor, así que... Espero que les guste. 

Como siempre, comenten y voten, eso me motiva más de lo que se imaginan.

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—Bien... como saben, o por lo menos la mayoría, sabemos porque estamos aquí —miro al señor que está al otro lado de la mesa, en la otra silla del lateral.

El joven del cabello negro está mi costado y no despega sus ojos del señor.

—Runa, ¿Cierto? —pegunta apuntándome con una mano.

Asiento con la cabeza.

—Querida, sé que te preguntas por qué estás aquí.

Vuelvo a asentir.

—¿Hace cuánto estás aquí?

Me lo pienso un momento, recordando y calculando cuando llevo en este lugar, y, al estar segura, con voz tranquila y segura contesto.

—Un mes, señor.

—Un mes —repite sabiendo que es correcto—. ¿Te has sentido incomoda en este mes?

Niego.

—¿Te han tratado mal?

Vuelvo a negar.

—Bien, eso es bueno —se mantiene callado mirándome fijamente, haciendo que me sienta algo incomoda, pero no aparto mi vista de él—. ¿Sabes en donde estamos? —me mantengo callado, observándolo, sin apartar ni un segundo mis ojos de los suyos, y tratando de parpadear lo menos que puedo. No sabía exactamente donde estamos, pero se que el cielo no es cielo, es un aparato tecnológico para que simule ser de día o de noche, y eso solo significan dos cosas, estamos bajo la tierra o estamos en un lugar encerrado en la superficie—. ¿Has encontrado una salida? —había visto puertas que eran capases de impedir la entrada o salida, además de que eran resistentes a las balas (seguramente) también siempre estaba custodiado por varios soldados que estaban vigilando a la redonda, y sin contar que solo había una puerta y estaba completamente alejada de la ciudad, sabía que esa era una salida—. Se que sabes ambas respuestas —dice completamente seguro.

Yo solo me encojo de hombros, pero sigo sin apartar mis ojos de los de él.

—¿Por qué no te has ido aún? Sabes que puedes decir que querías salir y ellos te podían dejar ir, pero no sin antes darte las dos caras de Valget.

Lo sabía, había visto a mujeres y niños, incluso hombres normales y corrientes que solían salir, y todo con solo pedir permiso.

—¿Te has encariñado con alguien?

—No tengo sentimientos, Valget no nos permite tener sentimientos —digo de forma dura.

—Lo sé, pero tu si tienes sentimientos, y es por eso que estás aquí.

—Lo siento señor, nosotros no tenemos sentimientos —repito.

—Bien... entonces demuéstramelo.

El hombre se pone de pie, le habla a alguien por un teléfono, y a los pocos minutos entra una mujer delgada y bella de la mano con una niña de cabello negro, ojos gris oscuro y se cara como la de un Ángel, tan tierna y bella.

El señor la lleva a la punta alejada de la oficina y con un movimiento de mano me pide que me levante, lo hago y me dirijo a él. Cuando llego, me entrega un arma y al instante, sin saber por qué, sé que no tiene balas, está vacía, es más liviana de lo que debería.

LOS ESPECIALES IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora