CAPÍTULO 16

36 6 0
                                    

Han pasado meses, y mi relación con Sage, bueno, no ha sido la mejor, pero creo que nos hemos odiado más.

Últimamente Sage se la pasaba en su despacho en su hogar o en el edificio central, donde trabaja con Jon y Josh, los gemelos.

Por las noches, una melodía de piano se escucha desde el despacho de Sage, dándome aviso que está como siempre, trabajando, ya no es raro escuchar la melodía una y otra vez, hasta incluso en medio de la sala de estar, que está frente al despacho, solía bailar sola, aferrándome a notas musicales e imaginarme bailar con Kim; esa noche, lo hice, bailé en silencio mientras escuchaba la típica música.

Al mover los pies, apenas eran perceptibles al frío suelo mientras mi cuerpo se balanceaba de un lado a otro, dejándome ir por las notas del piano que parecía tocarse con sutileza, como si tuviera miedo de romper las teclas o miedo de que el sonido fuera tan fuerte como para despertar a alguien.

Unos roces llegan por mis brazos haciéndome alterar, unos brazos me rodean y el aliento de alguien rosa con delicadeza mi oído izquierdo, haciéndome estremecer.

—Sí querías que alguien bailara contigo, podías pedírmelo —era Sage, Sage se balanceaba conmigo, al son de la música.

Doy media vuelta, quedando frente a él, admirándolo.

Su ropa estaba un tanto desarreglada, los primero botones de su camisa estaban desabrochados y el cuello de esta estaba arrugada, iba desfajado y ya no tenía el cinturón, su cabello estaba alborotado y su barba estaba más crecida que de costumbre, y ni hablar del hedor que despedía, alcohol y loción.

—Sage —susurro.

La música acaba y vuelve a comenzar.

Se aleja y termina ofreciéndome su mano derecha.

Mi vista se queda perdida en mi mano un tanto esquelética y pálida.

—¿Quieres bailar conmigo?

Luego de unos instantes meditando sobre esto, del porque lo hacía, lo primero que mi cerebro fue capaz de concordar con mi poca cordura fue... está ebrio.

Luego de esos largos segundos, tomo su mano y de forma brusca junta nuestros cuerpos. Su mano derecha se coloca a mitad de mi espalda mientras que la otra se entrelaza con mi mano derecha. Comenzamos a movernos si seguir realmente el ritmo, pero le agradezco que no me sienta como una boba bailando sin estar coordinada.

—¿Por qué haces esto? —pregunto bajando un tono. Mi mirada se queda enganchada con la suya, haciéndome sentir pequeña ante su semblante duro y frío.

—¿Por qué hago qué? —responde. Su forma de expresarse no es la mejor, pero es mejor que a que me esté acusando de algo.

—¿Por un momento estás tratándome bien y en otro momento estás odiándome?

—La razón es porque les prometí que intentaría no ser tan duro contigo, y porque fue casi una obligación, y te odio porque eres un desperdicio de tiempo, dinero, de suministros y de aire.

Sus palabras me duelen, más sin embargo intento no venirme abajo, intento mantenerme derecha y erguida.

—Pero tiene que haber una razón además de eso, ¿Qué te he hecho?

—Pues en verdad no so-solo a mí —dice con reproche y odio en sus palabras, sus facciones se vuelven duras y me escruta con la mirada. Me incomoda cuando me mira así, pero me contengo de correr la mirada, quiero saber por qué me odia—. Retrasaste todo, mucha gente murió por tu culpa, y uno de ellos fue mi mejor amigo, casi mi hermano.

LOS ESPECIALES IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora